Preguntas qué he encontrado dondequiera que fuese:
sólo la casa de Cromwell y su pandilla asesina,
los amantes y los bailarines ya no son más que polvo,
¿y dónde están los altos hombres, espadachines, jinetes?
Y un viejo pordiosero va vagando orgulloso,
cuyos padres sirvieron a los de ellos antes de la crucifixión de Cristo.
Oh, ¿qué importa, qué importa?
¿Qué más puede decirse?
Toda conversación cordial y sencilla ha desaparecido,
pero de qué sirve lamentarse, pues prosigue la vociferación del dinero.
Aquel que trepa ha de hacerlo sobre su vecino
y todas las Musas y nosotros para nada contamos.
Tienen escuelas propias, pero yo paso de largo,
¿qué pueden saber que sepamos, nosotros que sabemos cuándo morir?
Oh, ¿qué importa, qué importa?
¿Qué más puede decirse?
Pero existe otro conocimiento que el corazón me destruye
como el zorro de la fábula destrozó el del muchacho espartano,
porque demuestra que las cosas pueden a la vez ser y no ser;
que espadachines y damas pueden aún estar en compañía
y pagar una estrofa al poeta y oír el son del violín,
y que yo aún soy su siervo aunque todos yacen bajo tierra.
Oh, ¿qué importa, qué importa?
¿Qué más puede decirse?
Me encontré una mansión en mitad de la noche,
su abierto portal iluminado y encendidas sus ventanas,
y todos mis amigos estaban allí y me dieron la bienvenida;
pero me desperté en unas viejas ruinas por entre las que aullaba el viento,
y cuando presto atención debo salir y caminar
entre los perros y caballos que entienden lo que digo.
Oh, ¿qué importa, qué importa?
¿Qué más puede decirse?