Tiende la mano a la medianoche sin luna de los árboles
como si pudiera llegar a donde éstos se alzan,
y no son más que viejas y famosas tapicerías
de tacto delicioso; aprieta esa mano
como para acercarlos aún más.
Invadida
del voluptuosísimo silencio de la noche
(pues desde que se adquirió el horizonte los perros extraños callan)
sube a tu aposento lleno de libros y aguarda,
sin ninguno en la rodilla, y nadie allí
más que un gran danés que no puede ladrar a la luna
y ahora está sumido en el sueño.
¿Qué es lo que sube la escalera?
¡Nada sobre lo que mediten las mujeres corrientes
si eres digna de mi esperanza! Ni Contento
ni satisfecha Conciencia, sino esa gran familia
que algunos antiguos y famosos autores malinterpretan,
las Furias Orgullosas cada cual con su antorcha.