Esa chica enloquecida que improvisa su música,
su poesía, bailando por la playa,
su alma separada de sí misma,
trepando, cayendo donde no sabía dónde,
escondiéndose entre el cargamento de un vapor,
con la rótula partida, esa chica declaro
que es una cosa alta y hermosa, o algo
heroicamente perdido, heroicamente encontrado.
No importa qué desastre ocurriera,
en una música desesperada se alzaba envuelta,
envuelta, envuelta, y en su triunfo
donde estaban los fardos y las cestas
no emitía un sonido normal e inteligible,
sino que cantaba: “Oh, ávido mar, de mar hambriento.”