(Un episodio de la Historia mei Temporis del Abad Michel, de Bourdeille)
Dijo una dama a su amante,
“Nadie puede confiar
en un amor que no tiene su alimento;
y si tu amante se ha ido
¿cómo puedes cantar cantos de amor?
Joven amigo, me acusarían.”
Querido mío, querido.
“No enciendas velas en tu alcoba”,
dijo esa bella dama,
“para que a medianoche en punto
pueda meterme en tu lecho,
pues si veo que me meto en él
creo que caeré muerta.”
Querido mío, querido.
“Amo a un hombre en secreto,
querida doncella”, le dijo.
“Sé que he de caerme muerta
si él deja de amarme,
mas ¿cómo puedo no caer muerta
si pierdo la castidad?”
Querido mío, querido.
“Así que has de yacer junto a él
para hacerle creer que estoy allí,
y quizá seamos iguales
donde no se encienden las velas,
y quizá seamos iguales
las que desnudamos el cuerpo.”
Querido mío, querido.
No ladraron los perros, y a las doce
ella decía entre campanadas,
“Qué feliz idea que tuve,
mi amado parecía tan alegre”;
pero suspiraba si la doncella
estaba todo el día adormilada.
Querido mío, querido.
“No, otra canción no,” dijo él,
“porque mi señora vino
por primera vez hace un año
a medianoche a mi alcoba,
y debo hallarme entre las sábanas
cuando el reloj comienza a sonar.”
Querido mío, querido.
“Una canción que ríe y llora, sacra,
una canción libidinosa”, decían.
¿Alguna vez se oyó canción igual?
No, pero esa noche la oyeron.
¿Alguna vez un hombre fue más rápido?
No, no hasta que él galopó.
Querido mío, querido.
Mas cuando el corcel metió el casco
en una madriguera de conejo,
él cayó de cabeza y se mató.
La dama lo vio todo,
y al punto cayó muerta, porque ella
lo amaba con toda su alma.
Querido mío, querido.
La doncella vivió mucho, y tomó
a su cuidado las tumbas,
y allí plantó dos arbustos
que más tarde al crecer
parecían surgir de una sola raíz,
tanto se mezclaban sus rosas.
Querido mío, querido.
Cuando, anciana ya, agonizaba,
el cura fue a visitarla;
ella hizo una plena confesión.
Mucho se la quedó mirando
y, oh, pues era un santo varón,
bien comprendió su caso.
Querido mío, querido.
Y mandó que la enterraran
junto al amor de su señora,
y plantó un rosal en su tumba,
y hoy nadie puede saber,
cuando coge una rosa de allí,
dónde comienzan sus raíces.
Querido mío, querido.