¡Las espirales! ¡Las espirales! Viejo Rostro de Piedra, mira adelante;
lo que se ha pensado mucho ya no puede pensarse,
pues la belleza muere de belleza, el valor del valor,
y las antiguas facciones se borran.
Irracionales arroyos de sangre manchan la tierra;
Empédocles ha lanzado al aire todas las cosas;
Héctor está muerto, y hay una luz en Troya;
quienes lo contemplamos reímos con trágica alegría.
¿Qué importa que la pesadilla adormecida cabalgue,
y sangre y lodo manchen el cuerpo sensitivo?
¿Qué importa? No suspiréis ni vertáis lágrimas,
un tiempo más grande y refinado ha pasado;
por formas pintadas o cajas con afeites
en antiguas tumbas suspiré, pero ya no.
¿Qué importa? De la caverna viene una voz,
y sólo conoce una palabra: “¡Regocijaos!”
Conducta y trabajo se vuelven vulgares, y vulgar el alma,
¿qué importa? A los que quiere el Rostro de Piedra,
los amantes de caballos y mujeres,
del mármol de un sepulcro quebrantado,
o la oscuridad entre el turón y el búho,
o de cualquier nada rica y oscura, exhumarán
al artífice, noble y santo, y todo irá
de nuevo en esa espiral que ya no está de moda.