Bajo la tumba del Gran Comediante, la multitud.
El viento trae un hato de nubes tempestuosas
por el cielo; donde está libre de nubes,
la claridad permanece; una estrella más clara veloz pasa;
¿qué escalofríos atraviesan toda esa sangre animal?
¿Qué es este sacrificio? ¿Hay alguien allí
que recuerde la púa cretense que atravesó una estrella?
Rico follaje que atravesó la luz estelar,
una multitud frenética, y donde surgían las ramas
un hermosos chico sentado; un arco sagrado;
una mujer, y una flecha en una cuerda;
un chico atravesado, imagen de una estrella derribada.
Esa mujer, la Gran Madre imaginante,
le extirpó el corazón. Un maestro del diseño
acuñó chico y árbol en una moneda siciliana.
Una edad es el reverso de otra: cuando
a Emmet, Fitzgerald, Tone, los mataron extranjeros,
vivíamos como los que observan un pintado escenario.
Qué importa la escena, cuando termina ésta:
no había tocado nuestras vidas: pero la ira popular,
la hysterica passio derribó esta cantera.
Nadie compartió nuestra culpa; ni interpretamos un papel
en el pintado escenario cuando devoramos su corazón.
Vamos, fijad en mí esos ojos acusadores.
Tengo sed de acusaciones. Todo lo que se cantó,
todo lo que se dijo en Irlanda es una mentira
engendrada por la plaga de la muchedumbre,
que salva la rima que las ratas oyen antes de morir.
No dejéis nada salvo las nadas que pertenecen
a esta alma desnuda, para que todos juzguen
lo que puedan ya sea animal u hombre.
Omito el resto, una frase me callo.
Si de Valera se hubiese comido el corazón de Parnell
no habría vencido ningún demagogo de labio suelto,
ningún rencor civil habría desgarrado el país.
Si Cosgrave se hubiese comido el corazón de Parnell,
la imaginación del país habría quedado saciada,
o a falta de eso, en esas manos el gobierno,
O’Higgins, su único estadista, no habría muerto.
Si el mismo O’Duffy —pero a más no nombro—,
tendrían por escuela un gentío, él por maestra la soledad;
atravesó la oscura arboleda de Jonathan Swift, y allí
arrancó amarga sabiduría que enriqueció su sangre.