Llevadme al roble herido por el rayo,
para que a la medianoche en punto
(Todos encuentran seguridad en la tumba)
pueda invocar maldiciones sobre él
por mi querido Jack que ha muerto.
Petimetre fue lo último que dijo:
El hombre serio y el petimetre.
No era Obispo cuando su prohibición
desterró a Jack el Vagabundo
(Todos encuentran seguridad en la tumba)
y ni siquiera un cura de parroquia,
aunque con un viejo libro en la mano
gritó que vivíamos como dos bestias:
El hombre serio y el petimetre.
El Obispo tiene una piel, Dios lo sabe,
arrugada como pata de ganso
(Todos encuentran seguridad en la tumba)
y no puede ocultar en el negro sacro
la joroba de garza de su espalda,
pero mi Jack era como un abedul:
El hombre serio y el petimetre.
Jack se llevó mi virginidad,
y me llama al roble, pues
(Todos encuentran seguridad en la tumba)
sale a vagar por la noche,
y bajo él hay refugio,
mas si aquel otro viene le escupo:
El hombre serio y el petimetre.
Me da igual lo que digan los marinos:
todas esas terribles piedras de rayo,
toda esa tempestad que ensucia el día
sólo pueden mostrar que bosteza el cielo;
la gran Europa hizo el tonto
al cambiar un amante por un toro.
Tralaralará.
Rodear la elaborada voluta de esa concha,
adornando cada camino secreto
con la delicada madreperla,
hizo saltar las bisagras del Cielo:
así que nunca cuelgues tu corazón
de un vagabundo que despotrica estruendoso.
Tralaralará.
"TODO amor que no puede
tomar por entero
cuerpo y alma
es insatisfecho”;
eso es lo que dijo Jane.
“Toma lo agrio
si me tomas,
puedo burlarme y fruncir el ceño
y reñir toda una hora”;
“Eso es seguro”, contestó él.
“Yacía desnuda,
la hierba era mi lecho;
desnuda y escondida,
aquel día negro”,
eso es lo que dijo Jane.
“¿Qué se puede enseñar?
¿Qué amor verdadero existir?
Todo podría enseñarse o saberse
si hubiese acabado el Tiempo.”
“Eso es seguro”, contestó él.
SÉ, aunque cuando se unen las miradas
tiemblo hasta los huesos,
que cuanto más dejo sin cerrar la puerta
antes se va el amor,
pues el amor es una bandeja sin devanar
entre la oscuridad y el alba.
Un espíritu solitario es el espíritu
que llegará a Dios;
yo (la madeja del amor en tierra,
y mi cuerpo en la tumba)
saltaré a la luz perdida
en el vientre de mi madre.
Pero si me dejaran acostada sola
en una cama vacía,
la madeja tanto uniría espíritu con espíritu
al volver él la cabeza
cuando pasó por el camino aquella noche,
que el mío caminara tras de muerta.
Aquel amante de una sola noche
vino cuando quiso,
se marchó con la luz del alba,
quisiéralo yo o no;
los hombres viene y se van,
todo permanece en Dios.
Estandartes asfixian el cielo;
avanzan los hombres de armas;
caballos con armadura relinchan
donde hubo la gran batalla
en el paso estrecho:
Todo permanece en Dios.
Ante sus ojos hay una casa
que desde la infancia estuvo
inhabitada, ruinosa,
de repente iluminada
desde la puerta al tejado:
Todo permanece en Dios.
El indómito Jack fue mi amante;
aunque como un camino
sobre el que pasan los hombres,
mi cuerpo no protesta
sino que sigue cantando:
Todo permanece en Dios.
Me encontré con el Obispo en el camino
y muchas cosas nos dijimos.
“Esos senos ya están lisos y caídos,
esas venas pronto se secarán;
vive en una mansión celestial,
no en una vil pocilga.”
“Lo bello y lo vil están emparentados,
y lo bello necesita lo vil”, grité.
“Mis amigos se han ido, pero eso es una verdad
que no negaron cama ni ataúd,
aprendida en la humildad del cuerpo
y en el orgullo del corazón.
Una mujer puede ser orgullosa y estirada
cuando se propone el amor;
pero el amor ha hecho su mansión
en el lugar del excremento;
pues nada puede ser único o íntegro
que no se haya desgarrado.”
Encontré allí esa imagen de marfil
bailando con su mozo del alma,
pero al retorcer él el pelo de ella, negro
cual el carbón, para estrangularla,
no me atreví a gritar ni a moverme,
tanto brillaban los ojos bajo los párpados;
el amor es como el diente de león.
Cuando ella (y aunque algunos dijeron que jugaba,
yo dije que había bailado la verdad del corazón)
sacó un cuchillo para matarlo,
no pude sino abandonarlo a su suerte;
pues no importa lo que se diga,
tuvieron todo quienes tuvieron odio;
el amor es como el diente de león.
¿Murió él, o murió ella?
¿Parecieron morir o ambos murieron?
Benditos esos tiempos en que a mí
se me daba una higa lo que pasara
pues que tenía piernas para intentar
un baile como se bailó allí:
el amor es como el diente de león.
Salí sola
a cantar una canción o dos,
que estoy prendada de un hombre,
y ya sabéis quién.
Otro apareció
apoyado en un bastón
para mantenerse derecho;
me senté a llorar.
Y ése fue todo mi canto;
cuando todo sea dicho,
¿vi a un viejo joven
o a un joven viejo?
"SÉ que volverá”, grité,
“una vieja bruja marchita.”
En mi costado el corazón,
que tan callado había estado,
con noble rabia contestó
y latió contra el hueso.
“Alza esos ojos y lanza
sin temor esas miradas:
aunque todo el tejido se ajara,
ella se mostraría igual de valiente;
a ninguna vieja bruja marchita
vi antes que el mundo fuese creado.”
Avergonzado por esa respuesta,
pues el corazón no miente,
me arrodillé en el barro.
Y todos se hincarán de hinojos
ante mi corazón ofendido
hasta que éste me perdone.
La tierra vestida de belleza
aguarda que vuelva la primavera.
Todo amor fiel ha de morir,
o en todo caso volverse
algo más pequeño.
¿O acaso miento?
Tal cuerpo tienen los amantes,
tal respiración exigente,
que tocan o suspiran.
Cada vez que tocan,
el amor está más cerca de la muerte.
¿O acaso miento?
Para comprar amor eterno
escribí en los ángulos
de estos ojos
todos los males hechos.
¿Qué pago bastaría
para el amor eterno?
Partí en dos mi corazón,
tan fuerte lo golpeé.
¿Qué importa? Pues sé
que de una roca,
de una fuente desolada,
salta el amor en su curso.
Viejos padres, tatarabuelos,
alzaos como deben los parientes.
Si alguna vez la soledad del amor
fue adonde estabais,
rogad que el Cielo nos proteja
a nosotros que protegemos vuestra sangre.
El monte arroja una sombra,
delgado es el cuerno de la luna;
¿qué recordábamos
bajo el espino harapiento?
El miedo ha sucedido al deseo,
y nuestros corazones están rotos.
SOÑÉ, acostada en mi cama,
con toda la sabiduría insondable de la noche,
que me había cortado los rizos
y los había puesto sobre la lápida del Amor;
pero algo los apartó de la vista
con un gran tumulto del aire,
y luego clavada en la noche
la cabellera ardiente de Berenice.
Quién habla del huso de Platón;
qué lo hizo girar?
La eternidad puede reducirse,
se ha devanado el tiempo,
Dan y Jerry el Patán
cambian sus amores.
Aunque puedan tomarla,
antes de que el hilo comenzara
hice, y no podré romperlo
cuando el último hilo haya pasado,
un pacto con esa cabellera
y todos sus meandros.
“Oh Muerte cruel, devuélveme tres cosas,”
cantó un hueso en la playa;
“un niño halló todo lo que puede faltarle,
ya sea de placer o de reposo,
en la abundancia de mi pecho”:
un hueso blanqueado por las olas y secado al viento.
“Tres cosas queridas que saben las mujeres,”
cantó un hueso en la playa;
“un hombre que cuando lo abrazaba así
cuando mi cuerpo vivía
halló todo el placer que dio la vida”:
un hueso blanqueado por las olas y secado al viento.
“La tercera cosa en la que aún pienso,”
cantó un hueso en la playa,
“es aquella mañana en que encontré,
su rostro frente a mí, a mi hombre justo
y después me desperecé y bostecé”:
un hueso blanqueado por las olas y secado al viento.
Amor, que sea profundo tu sueño,
el que has hallado donde te nutriste.
¿Qué fueron todas las alarmas del mundo
al recio Paris cuando halló
el sueño sobre un lecho de oro
aquel alba primera en brazos de Helena?
Duerme, amor, un sueño
como el que conoció el indómito Tristán
cuando, al hacer efecto el filtro,
el ciervo podía correr o saltar la cierva
bajo ramas de robles y de hayas,
el ciervo podía saltar o correr la cierva.
Un sueño tan profundo como el que cayó
sobre la orilla cubierta de hierba de Eurota
cuando el pájaro sagrado, que allí
realizó su voluntad predestinada,
desde los miembros de Leda cayó
mas no de sus cuidados protectores.
Hablar tras un silencio prolongado;
otros amantes lejos o ya muertos,
la luz hostil velada por el biombo,
la noche hostil allende las cortinas,
bien está que tratemos y tratemos
sobre el tema supremo: el Arte y el Canto:
la vejez física es sabiduría;
jóvenes nos amábamos, ignaros.
Echa el pestillo y atranca el postigo,
que sopla un viento de mil demonios:
nuestras mentes están mejor que nunca esta noche,
y me parece saber
que todo cuanto hay fuera de nosotros está
loco como la bruma y la nieve.
Allí está Horacio junto a Homero,
y allí abajo Platón,
y aquí la página abierta de Tulio.
¿Cuántos años hace
que tú y yo éramos mozos iletrados
locos como la bruma y la nieve?
¿Me preguntas por qué suspiro, viejo amigo,
qué es lo que me hace estremecer?
Me estremezco y suspiro al pensar
que hasta Cicerón
y Homero el fecundo en ardides estaban
locos como la bruma y la nieve.
Ven, deja que te cante al oído;
aquellos días del baile ya se han ido,
todos aquellos trapos de satén y seda;
agáchate sobre una piedra,
cubriendo ese cuerpo vil
en un vil harapo:
llevo el sol en una taza de oro,
la luna en un bolso de plata.
Aunque maldigas cantaré hasta el final;
¿qué importa si el truhán
que más podía complacerte,
los hijos que te dio,
en algún sitio duermen como un tronco
bajo una losa de mármol?
Llevo el sol en una taza de oro,
la luna en un bolso de plata.
Hoy mismo he pensado,
a mediodía en punto,
que un hombre que se apoya en un bastón
puede dejar de fingir,
puede cantar, cantar hasta caer rendido
a muchacha o vejezuela:
Llevo el sol en una taza de oro,
la luna en un bolso de plata.
"Soy de Irlanda,
de la Sagrada Tierra de Irlanda,
y el tiempo corre”, gritó ella.
“Venid, por caridad,
bailad conmigo en Irlanda.”
Un hombre, sólo un hombre
con ese ropaje estrafalario,
un hombre solitario
de cuantos vagaban por allí
volvió su majestuosa cabeza.
“Eso queda muy lejos,
y el tiempo corre”, dijo,
“y la noche está desapacible.”
“Soy de Irlanda,
de la Sagrada Tierra de Irlanda,
y el tiempo corre”, gritó ella.
“Venid, por caridad,
bailad conmigo en Irlanda.”
“Los violinistas están torpones
o malditas sus cuerdas,
los tambores y timbales
y las trompetas estallaron,
y el trombón”, gritó él,
“la trompeta y el trombón”,
y guiñó el ojo con malicia,
“pero el tiempo corre, corre.”
“Soy de Irlanda,
de la Sagrada Tierra de Irlanda,
y el tiempo corre”, gritó ella.
“Venid, por caridad,
bailad conmigo en Irlanda.”
Proclamando que existe entre las aves,
las bestias o los hombres
uno que es perfecto o se halla en paz,
bailé en la ventosa llanura de Cruachan,
canté en voz alta en Cro-Patrick;
todo cuanto podía correr, saltar, nadar
en bosque, nube o por el agua,
aclamándolo, proclamándolo, declamándolo.
El viejo Tom el loco
que duerme bajo la bóveda cantó:
“¿Qué cambio ha extraviado mis pensamientos
y los ojos que tenían vista tan aguda?
¿Qué ha transformado en una mecha humeante
la pura luz inmutable de la Naturaleza?”
“Huddon y Duddon y Daniel O’Leary,
el santo Joe, el mendigo,
siguen bebiendo o putañeando,
o entonan su penitencia en el camino;
fatigó las cuencas de mis ojos
algo que parpadeó y las vio en un sudario.”
“Todo cuanto hay en prado o río,
ave, bestia, pez u hombre,
yegua o semental, gallo o gallina,
permanece en el ojo inmutable de Dios
con todo el vigor de su sangre;
con esa fe vivo o muero.”
En el llano de Cruachan durmió
aquel que ha de cantar en una rima
lo que más podía sacudir su alma:
“Ese semental, la Eternidad,
montó a la yegua del Tiempo,
engendró el potro del mundo.”
Las cosas zarpan alejándose
de la perfección a toda vela,
y no fallará el engendrado por sí mismo
aunque hombres fantasiosos imaginen
un astillero y una costa tempestuosa,
una mortaja y pañales.
Observa cómo nada el gran Plotino
por esos mares zarandeado;
el blando Radamante le hace señas,
mas la Raza de Oro fosca está,
sangre salada le tapona los ojos.
Dispersos por la segada hierba
o dando vueltas por el bosquecillo
pasan Platón y Minos,
allí el majestuoso Pitágoras
y todo el coro del Amor.