TITUBEO

I

Entre dos extremos

el hombre recorre su curso;

una tea o un hálito en llamas

viene para destruir

todas esas antinomias

del día y la noche;

el cuerpo lo llama muerte,

remordimiento el corazón.

Pero si esto es así,

¿qué es la alegría?

II

Existe un árbol que de arriba abajo

mitad es llamas, y mitad follaje

verde humedecido de rocío;

así cada mitad, la escena toda;

cada una consume lo que crea,

y quien cuelga la imagen de Atis entre

esa furia que mira y la hoja ciega,

si no sabe qué sabe, ignora el duelo.

III

La plata, el oro toma, cuanto puedas,

la ambición satisface, anima días

triviales, y colmándolos de sol

medita, empero, sobre estas sentencias:

aunque sus hijos necesiten fincas,

las mujeres adoran a los vagos;

ningún hombre ha tenido suficiente

gratitud filial o amor de una mujer.

Ya libre del follaje del Leteo,

comienza a prepararte ante la muerte,

y con cuarenta inviernos, a esa idea

las obras de la mente o de la fe,

y todo cuanto has hecho con tus manos

somete, y llámalas saliva en balde,

indignas de los hombres que vendrán

riendo alerta, ufanos, a la tumba.

IV

Vino y se fue mi quincuagésimo año,

y me senté, solitario,

en un concurrido local londinense,

un libro abierto y una taza vacía

sobre la mesa de mármol.

Mientras el local y la calle contemplaba,

mi cuerpo de repente centelleó,

y veinte minutos más o menos

pareció, para mi ventura,

que era bendecido y podía bendecir.

V

Aunque dore la luz del verano

la anubarrada fronda del cielo,

o un rayo de luz invernal suma el campo

en un dédalo que esparce la tormenta,

no puedo mirar allí,

tanto me abruma la responsabilidad.

Cosas dichas o hechas hace años,

o cosas que ni hice ni dije

pero que pensé que podría decir o hacer,

me abruman y no pasa día

sin que recuerde algo

que espante a mi vanidad o conciencia.

VI

Un prado ribereño a sus pies,

y un aroma a heno recién segado

en la nariz, el gran señor de Chou

gritó, quitando la nieve del monte:

“Que todo desaparezca”.

Ruedas que llevan asnos blancos como la nieve

donde Babilonia o Nínive se alzaban;

algún conquistador tiró de las riendas

y gritó a los fatigados guerreadores:

“Que todo desaparezca”.

Del corazón empapado en sangre del hombre

han crecido esas ramas del día y la noche

de las que pende la estridente luna.

¿Qué significa toda canción?

“Que todo desaparezca”.

VII

El alma. Busca la realidad, deja lo aparente,

El corazón. ¿Qué, haber nacido cantor y no tener tema?

El alma. El carbón de Isaías, ¿qué más puede desear el hombre?

El corazón. ¡Enmudece en la sencillez del fuego!

El alma. Mira ese fuego, dentro camina la salvación.

El corazón. ¿Qué tema tuvo Homero, si no fue el pecado original?

VIII

Hemos de separarnos, Von Hügel, aunque muy parecidos,

pues aceptamos los milagros de los santos y honramos la santidad?

El cuerpo de Santa Teresa yace incorrupto en la tumba,

bañado en óleo milagroso, aromas dulces vienen de él

que sanan desde su lápida inscrita. Esas mismas manos tal vez

eternizaron el cuerpo de un santo moderno que en una ocasión

había extraído la momia de un faraón. Yo, aunque el corazón podría

hallar alivio si me hiciera cristiano y optara por creer lo que parece

más grato en la tumba, interpreto un papel predestinado.

Homero es mi ejemplo, y su corazón sin bautizar.

El león y el panal, ¿qué ha dicho la Escritura?

Conque vete, Von Hügel, mas lleva mi bendición.