(Meditación sobre la muerte)
Pálidas aves con el pico de garza
que se alimentan de algún parásito inmundo
de manadas y rebaños marroquíes
cruzan el breve Estrecho y se posan
en la rica medianoche del jardín
hasta que el alba despunta en esos mares mezclados.
Muchas veces de niño, por la tarde
le llevaba a un amigo
(esperando una alegría de más peso
si una mente mayor me elogiaba),
no como las de la metáfora de Newton,
sino conchas verdaderas de la playa de Rosses.
Un esplendor más vivo en el sol,
el frescor de la tarde en el aire,
hace que la imaginación discurra
mucho sobre el Gran Interrogador;
lo que Él puede preguntar, lo que si me preguntan
puedo contestar con confianza plena.