COOLE PARK, 1929

Medito sobre el vuelo de una golondrina,

sobre una anciana y su vieja mansión,

un plátano y un tilo perdidos en la noche

aunque brillante sea esa nube al oeste,

grandes obras alzadas allí, contra natura,

para sabios y bardos que vendrán tras nosotros,

pensamientos tejidos en un pensar ya único,

un esplendor cual danza que engendró aquellos muros.

Allí fue Douglas Hyde, antes de forjar en prosa

aquella noble espada que le dieron las Musas,

allí uno que ostentaba una pose viril

a pesar de ser tímido, allí un hombre pausado

y pensativo, John Synge, pero también aquellos

hombres apasionados, Shawe-Taylor y Hugh Lane,

hallaron el orgullo basado en la humildad,

un escenario idóneo y mejor compañía.

Igual que golondrinas, vinieron y se fueron;

y aun así el poderoso genio de una mujer

podía retener a una golondrina;

y allí media docena había en formación,

en órbita se diría de un punto cardinal,

que hallaron certidumbre en el aire de ensueño,

la intelectual dulzura de los versos aquellos

que cruzaban el tiempo o bien lo remontaban.

Erudito, poeta, ocupad vuestro puesto

aquí cuando no queden corredores ni estancias,

y ondeen las ortigas sobre una masa informe

y arraiguen arbolillos entre la piedra rota;

dedicad —con los ojos humillados a tierra,

de espaldas al destello del sol en las alturas

y a todo el atractivo sensual de la sombra—

un instante en recuerdo al laurel de sus sienes.