Loca ya de tanto parir hijos,
la luna se tambalea en el cielo;
enajenados por las desesperadas
miradas de sus ojos errantes,
buscamos a tientas y en vano
los hijos nacidos de su dolor.
¡Hijos aturdidos o muertos!
Cuando ella con su orgullo virginal
holló por vez primera la montaña,
¡qué agitación atravesó los campos
en que todo pie obedeció a su mirada!
¡La flor de los hombres abrió el baile!
Papamoscas de la luna,
se estremecen las manos, nuestros dedos
parecen esbeltas agujas de hueso;
estremecidos por ese sueño maligno
se extienden, para que así cada uno
pueda hender lo que esté a su alcance.