La luz cuando atardece, Lissadell,
ventanales abiertos hacia el sur,
dos chicas en kimonos de seda, ambas
hermosas; una, una gacela.
Mas un otoño delirante arranca flores
de la guirnalda del verano;
la mayor está condenada a muerte;
indultada, alarga años solitarios
conspirando entre ignorantes.
Ignoro lo que sueña la más joven
—alguna vaga Utopía— y parece,
vieja marchita y descarnado esqueleto,
fiel imagen de esa política.
Muchas veces pienso en ir a buscar
a la una o a la otra, y hablar
de aquella vieja mansión georgiana, mezclar
figuras de la mente, recordar
la mesa y la tertulia juveniles,
dos chicas en kimonos de seda, ambas
hermosas; una, una gacela.
Queridas sombras, ahora ya lo conocéis todo,
toda la locura de luchar
con la razón o el error común.
Inocentes y bellas
no tienen más enemigo que el tiempo;
levantaos y mandadme encender una cerilla
y luego otra hasta que prenda el tiempo;
si la conflagración se eleva
corred hasta que todos los sabios lo sepan.
Nosotros construimos la grandiosa glorieta,
ellos nos declararon culpables;
mandadme encender una cerilla y soplad.