JOVEN Y VIEJO

I
PRIMER AMOR

Si la nutrió como a la luna errante

la prole criminal de la belleza,

ora andante, ora sonrojada,

al detenerse en mi camino

pensé que había en su cuerpo

un corazón de carne y hueso.

Mas desde que mi mano lo tocó

y vio que era un corazón de piedra,

he intentado mil cosas

y no se ha cumplido ninguna,

pues lunática es cualquier mano

que recorra la luna.

Sonrió, y con eso me transfiguré,

y me quedé como un patán

vagando por aquí, vagando allá,

más vacío de pensamiento

que el circuito celeste de los astros

cuando sale la luna.

II
DIGNIDAD HUMANA

Como la luna es su bondad,

si puede llamarse bondad

a aquello que no tiene comprensión,

pero es lo mismo para todos

como si mi dolor fuera una escena

pintada sobre un muro.

Así que estoy aquí como una piedra

bajo un árbol partido.

Me recuperaría si gritase

la pena de mi corazón

a un pájaro al vuelo, pero estoy mudo

por dignidad humana.

III
LA SIRENA

A un nadador una sirena

halló, y se lo quedó,

apretó su cuerpo con el suyo,

rió; y al sumergirse,

con dicha cruel se olvidó

de que también se ahogan los amantes.

IV
LA MUERTE DE LA LIEBRE

He señalado a la jauría,

el salto de la liebre al bosque,

y cuando hago un cumplido

me alegro como un amante haría

ante unos ojos que se cierran,

ante la sangre que sube.

De pronto se me parte el corazón

con el aire ausente de ella

y recuerdo lo indómito perdido

y luego, arrastrado ya lejos,

quedo en el bosque contemplando

la muerte de la liebre.

V
LA TAZA VACIA

Un loco que encontró una taza,

casi muerto de sed,

apenas se atrevió a mojar los labios

creyendo que, maldito por la luna,

un trago más y estallaría

su palpitante corazón.

También yo la encontré el pasado octubre,

mas la encontré requeteseca,

y por esa razón he enloquecido

y hasta he perdido el sueño.

VI
SUS RECUERDOS

Mejor nos ocultemos a su vista,

porque sólo somos muestras sagradas

y cuerpos destrozados como zarza

en los que bate el cierzo,

y pensar en Héctor sepultado

y en lo que nadie vivo sabe.

Las mujeres tienen tan poco en cuenta

lo que hago o lo que digo

que antes dejarían sus mimos

para oír rebuznar a un asno;

mis brazos son como torcida zarza,

mas allí hubo belleza;

la primera en la tribu estuvo allí,

y tanto placer tuvo

—ella que al gran Héctor derribó

e hizo de toda Troya unas ruinas—

que le gritó a este oído:

“Golpéame si chillo”.

VII
SUS AMIGOS DE JUVENTUD

No el tiempo sino la risa acabó

con esta voz mía cascada,

y cuando la luna está panzona

me viene un ataque de risa,

pues esa vieja, Madge, baja la calle

con una piedra sobre el pecho

y un manto en que envuelve la piedra,

y no se cansa nunca

de sisear y de arrullarla;

ella que desvaría

y es estéril como una ola que rompe

cree que la piedra es un niño.

Y Peter, que tenía grandes líos

y era un hombre arrollador,

chilla, “Soy el Rey de los Pavos Reales”,

y va a posarse a una piedra;

y luego río hasta llorar

y el corazón golpea en el costado

recordando que el chillido de ella era amor

y que él chilla de orgullo.

VIII
VERANO Y PRIMAVERA

Al pie de un viejo espino nos sentamos

hablando sin parar toda la noche,

contándonos lo dicho y sucedido

desde el día en que vinimos al mundo,

y al hablar de hacernos hombres

descubrimos que un alma se partía,

y en los brazos del otro nos echamos

para, juntos, poder recomponerla;

mas Peter puso cara de asesino,

pues parece ser que él y ella

hablaron de sus días infantiles

bajo aquel mismo árbol.

¡Oh, qué eclosión había,

y qué florecimiento,

cuando teníamos todo el verano

y entera ella, ay, la primavera!

IX
LOS SECRETOS DE LOS VIEJOS

Los secretos de las viejas ahora tengo,

yo que tenía los de las jóvenes;

Madge me cuenta lo que no osé pensar

cuando mi sangre era fuerte,

y lo que una vez ahogó a un amante

hoy suena como una vieja canción.

Aunque enmudezca Margery

si se cruza con Madge,

los tres formamos una soledad;

pues nadie hay hoy vivo

que sepa las historias que sabemos

o diga las cosas que decimos:

cómo ese hombre gustaba a las mujeres

más que cualquiera que haya muerto,

y cómo esa pareja se amó tanto

y sólo un año esa otra;

historias del lecho de paja

o del de plumas.

X
SU DESVARÍO

Dejad que monte y suba allá

entre el trasiego de las nubes,

pues Peg y Meg, y aquel amor de Paris

que tenía tan rectas las espaldas,

han desaparecido, y quienes quedan

han cambiado la seda por el saco.

Si allí estuviera y nadie me escuchase

gritaría como un pavo real,

pues eso es natural para el hombre

que vive en el recuerdo,

de estar solo cuidaría una piedra

y le cantaría nanas.

XI
DE EDIPO EN COLONO

Soporta la vida que da Dios y no pidas más trecho;

deja de recordar los placeres de la juventud, viejo cansado de viajar;

el placer se hace anhelo de la muerte si todo otro anhelo es vano.

Incluso de ese placer que atesora la memoria,

nacen la muerte, la desesperación, la división de las familias y todos los enredos de la humanidad,

como saben ese mendigo vagabundo y estos niños a los que odia Dios.

La calle larga y resonante la atestan bailarinas,

la novia es llevada a la alcoba del novio a la luz de las antorchas y con tumultuosos cánticos;

celebro el beso silencioso con que acaba, corta o larga, la vida.

No haber vivido nunca es lo mejor, dicen los clásicos;

no haber recibido nunca el soplo de la vida, nunca haber mirado a los ojos al día;

lo segundo mejor es una despedida alegre y alejarse en la noche.