Qué extraño que mi Corazón, cuando el amor llegó sin ser buscado
a los montes normandos o la sombra de aquel chopo,
sólo hallara su carga, y sin embargo se agotase.
No pudo soportar esa carga, y por ello enloqueció.
El viento del sur le trajo anhelos, y el del este desesperación;
el del oeste lo hizo lastimero, y temeroso el del norte.
Temió hacer daño a su amor con toda la tempestad que había allí.
Temió el daño que ella podía hacerle, y por ello enloqueció.
Puedo discutir con cualquier mente vecina,
mi carne y sangre son tan sanas como las de cualquier poeta,
mas, ¡oh!, mi Corazón no pudo resistir más cuando barrió los montes el viento;
escapé, escapé del lado de mi amor porque mi Corazón enloqueció.
Rió el corazón tras su costilla. “Me has llamado loco,” dijo,
“porque hice que te alejaras y escaparas de aquella niña;
¿cómo podría unirse a cincuenta años quien se crió salvaje?
Que el pájaro enjaulado se una al enjaulado; y el que creció salvaje, en el bosque.”
“Siempre estás maquinando tus mentiras, asesino,” contesté.
“Y todas esas mentiras sólo tienen un fin: traicionar al desgraciado;
en ninguna jaula hallé a la mujer que está a mi lado.
Mas le destrozaré el corazón si sabe que mi pensamiento está lejos.”
“Declara lo que piensas,” cantó mi Corazón, “declara lo que piensas; ¿qué más da,
ahora que tu lengua no puede convencer a la niña hasta que confunda
su infantil gratitud con amor y se despose con tus cincuenta años?
Déjala elegir a un muchacho ahora, y que siga siendo salvaje.