OWEN AHERNE Y SUS BAILARINAS

I

Qué extraño que mi Corazón, cuando el amor llegó sin ser buscado

a los montes normandos o la sombra de aquel chopo,

sólo hallara su carga, y sin embargo se agotase.

No pudo soportar esa carga, y por ello enloqueció.

El viento del sur le trajo anhelos, y el del este desesperación;

el del oeste lo hizo lastimero, y temeroso el del norte.

Temió hacer daño a su amor con toda la tempestad que había allí.

Temió el daño que ella podía hacerle, y por ello enloqueció.

Puedo discutir con cualquier mente vecina,

mi carne y sangre son tan sanas como las de cualquier poeta,

mas, ¡oh!, mi Corazón no pudo resistir más cuando barrió los montes el viento;

escapé, escapé del lado de mi amor porque mi Corazón enloqueció.

II

Rió el corazón tras su costilla. “Me has llamado loco,” dijo,

“porque hice que te alejaras y escaparas de aquella niña;

¿cómo podría unirse a cincuenta años quien se crió salvaje?

Que el pájaro enjaulado se una al enjaulado; y el que creció salvaje, en el bosque.”

“Siempre estás maquinando tus mentiras, asesino,” contesté.

“Y todas esas mentiras sólo tienen un fin: traicionar al desgraciado;

en ninguna jaula hallé a la mujer que está a mi lado.

Mas le destrozaré el corazón si sabe que mi pensamiento está lejos.”

“Declara lo que piensas,” cantó mi Corazón, “declara lo que piensas; ¿qué más da,

ahora que tu lengua no puede convencer a la niña hasta que confunda

su infantil gratitud con amor y se despose con tus cincuenta años?

Déjala elegir a un muchacho ahora, y que siga siendo salvaje.