EL HÉROE, LA MUCHACHA Y EL BUFÓN

La muchacha. Mi imagen me enfurece en el espejo,

tan diferente a mí, que al alabarla

es como si alabases a otra, o cual si

te burlaras loando a mi contraria;

cuando al alba despierto me doy miedo

pues grita el corazón que lo que gana

el engaño ha de guardar la crueldad;

avisado estás: vete si has visto

esa imagen en vez de a la mujer.

El héroe. Me ha enfurecido mi fuerza porque tú la amaste.

La muchacha. Si es tu fuerza igual que mi belleza,

mejor que me haga monja en un convento;

al menos a las monjas las veneran

y no necesitan crueldad.

El héroe. Oí

decir a alguien que el hombre las venera

por su beatitud, y no por ellas.

La muchacha. ¿Dirás que sólo Dios nos ha amado

por lo que somos? ¿Pero qué me importa,

a mí, que anhelo amor de carne y hueso?

El bufón junto al camino. Cuando todas las obras que han corrido

de la cuna a la tumba

corran desde la tumba hasta la cuna;

cuando los pensamientos que un bufón

ha ido enrollando en un carrete

sean un hilo suelto, un hilo suelto;

cuando cuna y carrete hayan pasado

y yo sea sólo una sombra al fin

coagulado en la sustancia

diáfana como el viento,

creo que podré hallar

un amor fiel, un amor fiel.