Camino por el aula preguntando,
y una anciana monja me responde;
las niñas hacen cuentas o bien cantan,
aprenden en sus libros de lectura,
y a cortar y coser, y en todo el orden
más moderno. Los ojos de las niñas
con momentáneo asombro contemplan
a un sesentón famoso que sonríe.
Sueño con un cuerpo ledeo, al lado
de un fuego que declina, una historia
que ella contó de odio, un hecho nimio
que en tragedia tornó infantiles horas;
nuestras naturalezas se mezclaron
por tierna afinidad en una esfera,
o, mudando la historia de Platón,
en yema y clara de una misma cáscara.
Pensando en ese ataque de ira o pena,
me vuelvo a contemplar a alguna niña,
pensando si sería así a esa edad
—pues las hijas del cisne tener pueden
de un palmípedo parte de la herencia—
si tuvo ese color su pelo o cara,
y entonces enloquece el corazón:
está ante mí como una de esas niñas.
Su actual imagen viene al pensamiento.
¿Le dio forma un pincel del Quattrocento,
magra mejilla de quien bebe el aire
y de un tropel de sombras se alimenta?
Y yo que de otro tipo que el de Leda
tuve hermoso plumaje… Basta ya,
mejor sonrío a quien sonríe: cómodo
puede ser un viejo espantapájaros.
Qué madre juvenil, en el regazo
aquel que traicionó a la miel que engendra,
y duerme, chilla o lucha por huir
como impongan la droga o los recuerdos,
creería que su hijo, al ver su cuerpo
ya con sesenta inviernos en las sienes,
compensa los dolores de alumbrarlo,
o bien la incertidumbre de su senda?
Pensó Platón que es Naturaleza
espuma de espectrales paradigmas;
y, más sabio, Aristóteles jugó
con bolas en las nalgas de un gran rey;
y el de muslos de oro, el gran Pitágoras
al mástil o las cuerdas de un violín
tocó cantos astrales a las Musas:
palos y andrajos para que huya el ave.
Imágenes veneran monja y madre,
mas las que alumbran velas son distintas
de las que son ensueño de las madres,
pues dan reposo a mármoles o bronces.
Mas rompen corazones. Oh, Presencias
que amor, piedad o afecto bien conocen
y símbolos de glorias celestiales,
innatas burladoras de los hombres.
Florece O baila el parto, donde el cuerpo
por agradar al alma no padece,
ni nace de su angustia la belleza,
ni el saber de quemarse las pestañas.
Castaño que floreces enraizado,
¿eres la flor, el tronco, o la alta fronda?
Oh cuerpo musical, ¿cómo podemos
del baile distinguir la bailarina?