Tus cascos han pisado el margen negro del bosque,
hasta allí donde horribles loros verdes llaman y saltan.
Mis obras están todas apisonadas en el sofocante fango.
Conocí esa pelea, supe que era asesina.
Lo que el sol sano sazona es alimento sano,
y sólo eso; mas yo, que casi he enloquecido
por algún ala verde, cogí viejo trigo de momia
en la demente oscuridad abstracta y lo molí grano por grano
y luego lo cocí despacio en un horno; pero ahora
traigo vino muy aromático de un tonel hallado
donde siete borrachines de Éfeso, tan hondo fue su sueño,
durmieron sin enterarse de que pasó el imperio de Alejandro.
Estira tus extremidades y duerme un largo sueño saturniano;
te he amado más que a mi alma pese a todas mis palabras,
y nadie hay más capaz de mantenerse alerta y mantener
infatigables ojos sobre esos horribles pájaros verdes.