Vi a una virgen mirar fijamente
donde el santo Dionisio murió,
y arrancarle el corazón
y cogerlo en la mano
y llevárselo latiendo;
y todas las Musas cantaron
del Magnus Annus en primavera
como si la muerte de Dios fuese un juego.
Otra Troya ha de alzarse y ponerse,
otro linaje alimentar al cuervo,
la pintada proa de otro Argo
llevar a otro cetro más pomposo.
El Imperio Romano se horrorizó:
dejó caer las riendas de la paz y la guerra
cuando esa feroz virgen y su Estrella
salieron de la fabulosa oscuridad.
Con lástima por el pensar nublado del hombre
atravesó la sala y salió de allí
con galilea turbulencia;
la estrella babilónica trajo
una oscuridad informe y fabulosa:
el olor de la sangre, asesinado Cristo,
hizo inútil toda la tolerancia platónica
e inútil toda la disciplina dórica.
Todo cuanto el hombre estima
dura un instante o un día.
El placer del amor su amor aleja,
el pincel del pintor gasta sus sueños;
el grito del heraldo, los pasos del soldado,
agotan su gloria y su poder:
cuanto refulge en la noche lo alimenta
el resinoso corazón del hombre.