DOS CANTOS DE UN DRAMA

I

Vi a una virgen mirar fijamente

donde el santo Dionisio murió,

y arrancarle el corazón

y cogerlo en la mano

y llevárselo latiendo;

y todas las Musas cantaron

del Magnus Annus en primavera

como si la muerte de Dios fuese un juego.

Otra Troya ha de alzarse y ponerse,

otro linaje alimentar al cuervo,

la pintada proa de otro Argo

llevar a otro cetro más pomposo.

El Imperio Romano se horrorizó:

dejó caer las riendas de la paz y la guerra

cuando esa feroz virgen y su Estrella

salieron de la fabulosa oscuridad.

II

Con lástima por el pensar nublado del hombre

atravesó la sala y salió de allí

con galilea turbulencia;

la estrella babilónica trajo

una oscuridad informe y fabulosa:

el olor de la sangre, asesinado Cristo,

hizo inútil toda la tolerancia platónica

e inútil toda la disciplina dórica.

Todo cuanto el hombre estima

dura un instante o un día.

El placer del amor su amor aleja,

el pincel del pintor gasta sus sueños;

el grito del heraldo, los pasos del soldado,

agotan su gloria y su poder:

cuanto refulge en la noche lo alimenta

el resinoso corazón del hombre.