En los prados feraces de los ricos,
entre el susurro de sus montículos en flor,
la vida ha de rebosar sin ambición ni cuitas;
y lloverá la vida hasta desbordarse,
y ascenderá con vértigo cuanto más llueva
para escoger la forma que le plazca
sin jamás rebajarse a ser forma mecánica
o servil, siempre a disposición de otro.
¡Sólo sueños! Mas no habría cantado Homero
de no haber tenido por cierto más allá de toda ensoñación
que había brotado del propio deleite de la vida
el chorro reluciente y abundoso; aunque ahora parece
como si alguna concha vacía maravillosa
lanzada de la oscuridad del rico arroyo,
y no una fuente, fuese el símbolo
que adumbra la heredada gloria de los ricos.
Algún hombre violento, un poderoso,
trajo un arquitecto, un artista, para
que, violentos, alzaran en la piedra
la dulzura anhelada noche y día,
la calma que allí nadie conociera;
mas, muerto el amo, juegan los ratones,
y tal vez el biznieto de esa casa,
pese al bronce y los mármoles sólo sea un ratón.
¿Y si los jardines donde vaga
con patas delicadas el pavo real,
o cuanto Juno muestra en una urna
a impasibles deidades del jardín;
y si el segado césped y la grava
en que la Contemplación en zapatillas
se acomoda, y la Infancia se deleita,
nos roba con ardor nuestra grandeza
y la gloria de puertas blasonadas
y casas de una edad más altanera,
el recorrer los suelos encerados
en largas galerías y salones
con retratos de antepasados célebres,
y si eso que los más grandes varones
prefieren ensalzar o bendecir
nos roba con dolor nuestra grandeza?
Un viejo puente, una torre más vieja,
la casa solariega con su muro,
un acre pedregoso,
donde puede florecer la rosa simbólica,
viejos olmos desgreñados e innumerables espinos,
el ruido de la lluvia o el otro ruido
de cada viento que sopla;
la zancuda avefría
que cruza el arroyo una vez más
con miedo al chapoteo de un hato de vacas;
una escalera de caracol, arcos de piedra;
una chimenea de piedra gris con un hogar abierto,
una vela y una página escrita.
Se afanaba en II Pensoroso el platonista
en parecida sala, trasluciendo
cómo la daimónica ira
lo imaginara todo.
Viajeros ignorantes
viniendo de mercados y de ferias
han visto arder su vela a medianoche.
Aquí se establecieron
dos hombres: uno de armas que reunió
veinte caballos y pasó sus días
en este sitio turbulento,
y en largas contiendas y nocturnos rebatos
su menguante reata, y hasta él mismo,
llegó a parecer que se volvieron
náufragos que, olvidados, olvidaban;
y yo, para que un día
la sangre de mi sangre encontrar pueda,
para exaltar a un solitario,
emblemas dignos de la adversidad.
Dos recios caballetes, y un tablón
donde, obsequio de Sato, una inmutable
espada está con pluma y con papel,
para dar un sentido
a mis días sin norte.
Un trozo de brocado
cubre su vaina de madera.
Chaucer aún no había nacido
cuando fue forjada. En la casa de Sato,
curva como luna nueva, luminosa,
yació quinientos años.
Mas sin cambio, no hay luna;
sólo un dolido corazón
concibe una inmutable obra de arte.
Nuestros sabios afirman
que allí donde fuera realizada
una creación maravillosa,
en pintura o cerámica, pasó
de padre a hijo a través de los siglos
y pareció inmutable cual la espada.
Venerada del alma la belleza,
los hombres y sus cosas adquirieron
la apariencia inalterable del alma;
pues el más rico heredero,
sabedor de que las puertas del cielo
no se abren a nadie que haya amado
un arte inferior,
tenía un corazón tan dolorido
que aunque, en boca de todos por sus sedas
y andares majestuosos,
mostraba ingenio alerta; parecía
que el pavo real de Juno se quejaba.
Pues be heredado mente vigorosa
de mis mayores, he de abrigar sueños
y dejar a mi muerte hombre y mujer
de mente vigorosa, mas parece
que la vida apenas puede aromar un viento,
añadir gloria al sol de la mañana,
pero los pétalos rotos se esparcen por el jardín;
y sólo queda luego verdor común.
¿Y si mis descendientes pierden la flor
con el natural declinar del alma,
demasiado ocupados con la hora fugitiva
con demasiado juego, o boda con un necio?
Que esta ardua escalera y la hosca torre
sean ruinas sin techo donde el búho
haga su nido entre las grietas, y alce
al cielo desolado su desolación.
El Primum Mobile que nos dio forma
ha hecho que hasta el búho vuele en círculos;
y yo, que entre los prósperos me tengo,
al ver que bastan amor y amistad,
por la de una vieja amiga elegí la casa
y la engalané y reformé por el amor de una muchacha.
Y, pujen o decaigan, estas piedras
serán suyos y mío el monumento.
Un afable miliciano,
un hombre robusto como Falstaff,
viene haciendo bromas de la guerra civil
como si morir de un disparo fuese
la mejor comedia bajo el sol.
Un teniente de oscuro con sus hombres
mal uniformados del ejército nacional
se paran a mi puerta, y yo me quejo
del mal tiempo, el granizo y la lluvia,
y de un peral que ha roto la tormenta.
Cuento las emplumadas bolas de hollín
que guía la focha en el arroyo,
por acallar la envidia de mi mente;
y me vuelvo a mi cuarto, atrapado
en las frías nieves de un sueño.
Las abejas construyen en las grietas
de la mampostería suelta, y allí
los pájaros traen larvas y moscas;
mi pared se deshace; haced vuestra colmena, abejas,
en la casa vacía del estornino.
Estamos encerrados, y la llave
echada sobre nuestra incertidumbre;
un hombre muere en algún sitio, o se incendia una casa,
mas nada está claro: haced vuestra colmena
en la casa vacía del estornino.
Barricadas de piedra o de madera;
dos semanas ya de guerra civil;
anoche se llevaron el cadáver ensangrentado
del joven soldado: haced vuestra colmena
en la casa vacía del estornino.
Habíamos alimentado el corazón con fantasías,
y éste se ha embrutecido con la dieta;
tiene más sustancia nuestra inquina
que nuestro amor; haced vuestra colmena, abejas,
en la casa vacía del estornino.
Subo a la cima de la torre y me apoyo en la piedra rota,
una bruma que es como ventisca lo barre todo,
valle, río y olmos bajo la luz de una luna
que no parece ella misma, que parece inmutable,
una centelleante espada del oriente. Una ráfaga de viento
y esos fragmentos de bruma que centelleantes pasan.
El frenesí apabulla, y turban los ensueños;
viejas imágenes monstruosas la mente inundan.
“Venganza a los asesinos”, se alza el grito,
“venganza para Jacques Molay”. Con pálidos jirones o encajes,
el tropel iracundo, atormentado de ira, hambriento de ira,
uno fustigando a otro, mordiendo los brazos o la cara,
se sumerge en la nada, brazos y dedos bien abiertos
para abrazar la nada; y yo, con la mente extraviada
por todo este tumulto sin sentido, también grité
venganza a los asesinos de Jacques Molay.
Con delicadas patas, largas y finas, y ojos de aguamarina,
los unicornios mágicos llevan damas a la grupa.
Las damas cierran sus pensativos ojos. Ninguna profecía,
anunciada en almanaques babilónicos,
ha cerrado sus ojos, sus mentes son la alberca
donde hasta el anhelo se ahoga bajo su propio exceso;
nada salvo quietud puede quedar cuando el corazón se colma
de su propia dulzura, los cuerpos de su encanto.
Los pálidos unicornios, los ojos de aguamarina,
los trémulos párpados entreabiertos, los jirones de nubes o de encajes,
o los ojos que la ira ha iluminado, los brazos que enflaquecen,
dan paso a una multitud indiferente, dan paso
a halcones de latón. Ningún ensueño autocomplaciente
ni el odio a lo que ha de venir, ni compasión por lo que ha pasado,
nada salvo la presión de la garra, y la complacencia de la vista,
las incontables alas con su estruendo que han ocultado nuestra luna.
Me doy la vuelta y cierro la puerta, en la escalera
me pregunto cuántas veces podría haber probado mi valor
en algo que todos los demás compartieran o entendieran;
mas, ¡ay! ambicioso corazón, si esa prueba reportara
un grupo de amigos, una conciencia en paz,
sólo nos habría hecho más tristes. La dicha abstracta,
el saber entrevisto de las imágenes daimónicas,
bastan al hombre maduro como al muchacho en tiempos.