MEDITACIONES EN TIEMPO DE GUERRA CIVIL

I
CASAS ANCESTRALES

En los prados feraces de los ricos,

entre el susurro de sus montículos en flor,

la vida ha de rebosar sin ambición ni cuitas;

y lloverá la vida hasta desbordarse,

y ascenderá con vértigo cuanto más llueva

para escoger la forma que le plazca

sin jamás rebajarse a ser forma mecánica

o servil, siempre a disposición de otro.

¡Sólo sueños! Mas no habría cantado Homero

de no haber tenido por cierto más allá de toda ensoñación

que había brotado del propio deleite de la vida

el chorro reluciente y abundoso; aunque ahora parece

como si alguna concha vacía maravillosa

lanzada de la oscuridad del rico arroyo,

y no una fuente, fuese el símbolo

que adumbra la heredada gloria de los ricos.

Algún hombre violento, un poderoso,

trajo un arquitecto, un artista, para

que, violentos, alzaran en la piedra

la dulzura anhelada noche y día,

la calma que allí nadie conociera;

mas, muerto el amo, juegan los ratones,

y tal vez el biznieto de esa casa,

pese al bronce y los mármoles sólo sea un ratón.

¿Y si los jardines donde vaga

con patas delicadas el pavo real,

o cuanto Juno muestra en una urna

a impasibles deidades del jardín;

y si el segado césped y la grava

en que la Contemplación en zapatillas

se acomoda, y la Infancia se deleita,

nos roba con ardor nuestra grandeza

y la gloria de puertas blasonadas

y casas de una edad más altanera,

el recorrer los suelos encerados

en largas galerías y salones

con retratos de antepasados célebres,

y si eso que los más grandes varones

prefieren ensalzar o bendecir

nos roba con dolor nuestra grandeza?

II
MI CASA

Un viejo puente, una torre más vieja,

la casa solariega con su muro,

un acre pedregoso,

donde puede florecer la rosa simbólica,

viejos olmos desgreñados e innumerables espinos,

el ruido de la lluvia o el otro ruido

de cada viento que sopla;

la zancuda avefría

que cruza el arroyo una vez más

con miedo al chapoteo de un hato de vacas;

una escalera de caracol, arcos de piedra;

una chimenea de piedra gris con un hogar abierto,

una vela y una página escrita.

Se afanaba en II Pensoroso el platonista

en parecida sala, trasluciendo

cómo la daimónica ira

lo imaginara todo.

Viajeros ignorantes

viniendo de mercados y de ferias

han visto arder su vela a medianoche.

Aquí se establecieron

dos hombres: uno de armas que reunió

veinte caballos y pasó sus días

en este sitio turbulento,

y en largas contiendas y nocturnos rebatos

su menguante reata, y hasta él mismo,

llegó a parecer que se volvieron

náufragos que, olvidados, olvidaban;

y yo, para que un día

la sangre de mi sangre encontrar pueda,

para exaltar a un solitario,

emblemas dignos de la adversidad.

III
MI MESA

Dos recios caballetes, y un tablón

donde, obsequio de Sato, una inmutable

espada está con pluma y con papel,

para dar un sentido

a mis días sin norte.

Un trozo de brocado

cubre su vaina de madera.

Chaucer aún no había nacido

cuando fue forjada. En la casa de Sato,

curva como luna nueva, luminosa,

yació quinientos años.

Mas sin cambio, no hay luna;

sólo un dolido corazón

concibe una inmutable obra de arte.

Nuestros sabios afirman

que allí donde fuera realizada

una creación maravillosa,

en pintura o cerámica, pasó

de padre a hijo a través de los siglos

y pareció inmutable cual la espada.

Venerada del alma la belleza,

los hombres y sus cosas adquirieron

la apariencia inalterable del alma;

pues el más rico heredero,

sabedor de que las puertas del cielo

no se abren a nadie que haya amado

un arte inferior,

tenía un corazón tan dolorido

que aunque, en boca de todos por sus sedas

y andares majestuosos,

mostraba ingenio alerta; parecía

que el pavo real de Juno se quejaba.

IV
MIS DESCENDIENTES

Pues be heredado mente vigorosa

de mis mayores, he de abrigar sueños

y dejar a mi muerte hombre y mujer

de mente vigorosa, mas parece

que la vida apenas puede aromar un viento,

añadir gloria al sol de la mañana,

pero los pétalos rotos se esparcen por el jardín;

y sólo queda luego verdor común.

¿Y si mis descendientes pierden la flor

con el natural declinar del alma,

demasiado ocupados con la hora fugitiva

con demasiado juego, o boda con un necio?

Que esta ardua escalera y la hosca torre

sean ruinas sin techo donde el búho

haga su nido entre las grietas, y alce

al cielo desolado su desolación.

El Primum Mobile que nos dio forma

ha hecho que hasta el búho vuele en círculos;

y yo, que entre los prósperos me tengo,

al ver que bastan amor y amistad,

por la de una vieja amiga elegí la casa

y la engalané y reformé por el amor de una muchacha.

Y, pujen o decaigan, estas piedras

serán suyos y mío el monumento.

V
EL CAMINO QUE PASA POR MI PUERTA

Un afable miliciano,

un hombre robusto como Falstaff,

viene haciendo bromas de la guerra civil

como si morir de un disparo fuese

la mejor comedia bajo el sol.

Un teniente de oscuro con sus hombres

mal uniformados del ejército nacional

se paran a mi puerta, y yo me quejo

del mal tiempo, el granizo y la lluvia,

y de un peral que ha roto la tormenta.

Cuento las emplumadas bolas de hollín

que guía la focha en el arroyo,

por acallar la envidia de mi mente;

y me vuelvo a mi cuarto, atrapado

en las frías nieves de un sueño.

VI
EL NIDO DEL ESTORNINO JUNTO A MI VENTANA

Las abejas construyen en las grietas

de la mampostería suelta, y allí

los pájaros traen larvas y moscas;

mi pared se deshace; haced vuestra colmena, abejas,

en la casa vacía del estornino.

Estamos encerrados, y la llave

echada sobre nuestra incertidumbre;

un hombre muere en algún sitio, o se incendia una casa,

mas nada está claro: haced vuestra colmena

en la casa vacía del estornino.

Barricadas de piedra o de madera;

dos semanas ya de guerra civil;

anoche se llevaron el cadáver ensangrentado

del joven soldado: haced vuestra colmena

en la casa vacía del estornino.

Habíamos alimentado el corazón con fantasías,

y éste se ha embrutecido con la dieta;

tiene más sustancia nuestra inquina

que nuestro amor; haced vuestra colmena, abejas,

en la casa vacía del estornino.

VII
VEO FANTASMAS DE ODIO Y DE LA PLENITUD DEL CORAZÓN Y DEL VACÍO VENIDERO

Subo a la cima de la torre y me apoyo en la piedra rota,

una bruma que es como ventisca lo barre todo,

valle, río y olmos bajo la luz de una luna

que no parece ella misma, que parece inmutable,

una centelleante espada del oriente. Una ráfaga de viento

y esos fragmentos de bruma que centelleantes pasan.

El frenesí apabulla, y turban los ensueños;

viejas imágenes monstruosas la mente inundan.

“Venganza a los asesinos”, se alza el grito,

“venganza para Jacques Molay”. Con pálidos jirones o encajes,

el tropel iracundo, atormentado de ira, hambriento de ira,

uno fustigando a otro, mordiendo los brazos o la cara,

se sumerge en la nada, brazos y dedos bien abiertos

para abrazar la nada; y yo, con la mente extraviada

por todo este tumulto sin sentido, también grité

venganza a los asesinos de Jacques Molay.

Con delicadas patas, largas y finas, y ojos de aguamarina,

los unicornios mágicos llevan damas a la grupa.

Las damas cierran sus pensativos ojos. Ninguna profecía,

anunciada en almanaques babilónicos,

ha cerrado sus ojos, sus mentes son la alberca

donde hasta el anhelo se ahoga bajo su propio exceso;

nada salvo quietud puede quedar cuando el corazón se colma

de su propia dulzura, los cuerpos de su encanto.

Los pálidos unicornios, los ojos de aguamarina,

los trémulos párpados entreabiertos, los jirones de nubes o de encajes,

o los ojos que la ira ha iluminado, los brazos que enflaquecen,

dan paso a una multitud indiferente, dan paso

a halcones de latón. Ningún ensueño autocomplaciente

ni el odio a lo que ha de venir, ni compasión por lo que ha pasado,

nada salvo la presión de la garra, y la complacencia de la vista,

las incontables alas con su estruendo que han ocultado nuestra luna.

Me doy la vuelta y cierro la puerta, en la escalera

me pregunto cuántas veces podría haber probado mi valor

en algo que todos los demás compartieran o entendieran;

mas, ¡ay! ambicioso corazón, si esa prueba reportara

un grupo de amigos, una conciencia en paz,

sólo nos habría hecho más tristes. La dicha abstracta,

el saber entrevisto de las imágenes daimónicas,

bastan al hombre maduro como al muchacho en tiempos.