Fue el doble de mi sueño
lo que la mujer que junto a mí yacía
soñó, o partimos por la mitad un sueño
bajo la primera y fría luz del día?
Pensé. “Hay una cascada
en la ladera del Ben Builben
que toda mi infancia quise mucho;
si hubiera de viajar por todo el mundo
no podría hallar nada más querido.”
Mis recuerdos habían magnificado
tantas veces la alegría infantil.
La hubiera tocado como un niño,
mas supe que mi dedo tocaría
sólo piedra y agua frías. Me enfurecí,
y hasta acusé al Cielo porque
había establecido entre sus leyes:
nada que amemos demasiado
es ponderable a nuestro tacto.
Soñé al despuntar el día,
el viento traía la espuma del mar a mi nariz.
Pero la que yacía a mi lado
dormida más amargamente había visto
al maravilloso ciervo de Arturo,
al altivo ciervo blanco, saltar
de cuesta en cuesta por los montes.