“Oh, las palabras se dicen a la ligera”,
dijo Pearse a Connolly,
“quizá una brisa de palabras prudentes
haya marchitado nuestro Rosal;
o tal vez un viento que sopla
sobre el mar helado”.
“Sólo necesita que se le riegue”,
contestó James Connolly,
“para que vuelva a salir el verde
y se extienda por doquier,
y sacar la flor del capullo
para que sea el orgullo del jardín.”
“Pero de dónde traeremos agua,”
dijo Pearse a Connolly,
“cuando todos los pozos se han secado?
Oh, claramente
sólo con nuestra roja sangre
podremos hacer un Rosal.”