BAJO EL SIGNO DE SATURNO

No vayas a creer, porque hoy esté saturnino,

que aquel amor perdido, de mí inseparable,

mi única juventud, pueda hacerme sufrir;

pues ¿cómo he de olvidar el saber que trajiste,

el consuelo que diste? Si mi ingenio se fue

con galope fantástico, aguijan mi caballo

recuerdos infantiles de un Pollexfen airado,

y de un Middleton, cuyo nombre jamás oíste,

y un pelirrojo Yeats cuya estampa, aunque murió

antes de yo nacer, es vivida memoria.

Oíste a un jornalero que sirvió con los míos.

Dijo en la carretera, cerca del muelle de Sligo

—no, no dijo, gritó—: —Por fin has regresado;

después de veinte años, hora era ya de volver.

Recuerdo la promesa de un rapaz hecha en vano

de no dejar el valle que era hogar de sus padres.