Él. Las opiniones no valen un comino;
en este retablo el caballero
que empuña su larga lanza de tal modo
que expulsa de la luz que muere a ese dragón,
amó a la dama; evidentemente
el dragón agonizante era su pensamiento,
que cada mañana volvía a levantarse
y hundía sus garras, chillaba y peleaba.
Si pudiera realizarse lo imposible
ella tendría tiempo para volver la vista,
pensó su amor, hacia el espejo
y en ese mismo instante se haría sabia.
Ella. ¿Quieres decir que discutieron?
Él. Digamos que sí;
mas recuerda que la paga de tu amante
es lo que muestra tu espejo,
y que se pondrá rojo de cólera
ante todo lo que éste no retrata.
Ella. ¿No puedo estudiar en la universidad?
Él. Ve y coge a Atenea por el pelo;
pues ¿qué libro puede otorgar conocimiento
con una gravedad apasionada
apropiada a ese seno palpitante,
ese vigoroso muslo, esos ojos soñadores?
Y al demonio lo demás.
Ella. ¿No debe ninguna mujer hermosa ser
culta como un hombre?
Él. Pablo Veronés
y toda su sacra compañía
todos sus días imaginaron cuerpos
junto a la laguna que a ti tanto te gusta
como prueba orgullosa, dulce, ceremoniosa
de que todo se limita a vista y tacto;
mientras que el techo de la Sixtina de Miguel Ángel,
su “Mañana” y su “Noche” nos revelan
cómo el tendón cuando se tensa,
o cuando se relaja en el reposo,
puede gobernar por derecho sobrenatural
y aun así ser sólo tendón.
Ella. He oído decir
que existe un gran peligro en el cuerpo.
Él. ¿Acaso Dios al repartir el pan y el vino
dio al hombre Su pensamiento o meramente Su cuerpo?
Ella. Mi desdichado dragón está perplejo.
Él. Tengo principios que me darán la razón.
De este texto latino se deduce
que las almas benditas no son divisibles,
y que todas las mujeres hermosas pueden
vivir en indivisible beatitud,
y llevarnos a lo mismo; si destierran
todo pensamiento, a menos
que las facciones que agradan a su vista
cuando se llena el largo espejo,
y lo piensan hasta de la suela del pie.
Ella. Dicen cosas tan diferentes en la escuela.