Un gato moteado y una liebre doméstica
comen frente a la losa de mi chimenea
y duermen allí:
y ambos elevan hacia mí sus ojos
en busca de protección y sabiduría
lo mismo que yo elevo los míos hacia a la Providencia.
Me sobresalto en sueños al pensar
que algún día pudiera olvidarme
de su agua y su comida;
o, habiendo dejado sin cerrar la casa,
que la liebre pueda huir hasta encontrar
la dulce nota del corno y el colmillo del perro.
Soporto una carga que pondría a prueba
a hombres que hacen según dice la regla,
¿y qué puedo hacer yo,
que soy un loco errático
sino rezar para que Dios atenúe
mis grandes responsabilidades?
Dormí en mi banqueta de tres patas junto al fuego,
el gato moteado dormía en mis rodillas;
nunca se nos ocurrió preguntar
dónde pudiera estar la liebre parda,
y si estaba cerrada la puerta.
¿Quién sabe cómo bebería el viento,
empinada en dos patas en la estera,
antes de que hubiese decidido
tamborilear con el talón y brincar?
Si me hubiese despertado
y la hubiera llamado, podría haber oído,
quizás, y no se hubiera agitado,
mas ahora, tal vez, haya encontrado
la dulce nota del corno y el colmillo del perro.