Hic. Sobre la arena gris junto al riachuelo
bajo tu vieja torre golpeada
por el viento, donde aún una lámpara
arde ante el libro que dejara abierto
Michael Robartes, bajo la luna avanzas,
y aunque pasó lo mejor de la vida,
dibuja, embelesado por engaños,
formas mágicas.
Ille. Con la ayuda de una
convoco a mi contrario, llamo a todo
lo que he tratado poco y poco he visto.
Hic. Quiero encontrarme a mí, mas no una imagen.
Ille. Eso esperamos hoy, bajo su luz
hallamos a la mente más sensible,
perdido el viejo aplomo de la mano.
Escojamos cincel, pincel o pluma,
críticos somos, o creamos casi,
tímidos, vacíos, avergonzados,
sin que nuestros amigos nos apoyen.
Hic. Con todo, la imaginación más alta
de la Cristiandad, Dante Alighieri,
tan por completo se encontró a sí mismo
que logró que su enjuto rostro fuese
más claro a la mente que cualquiera
salvo el de Cristo.
Ille. ¿Y se encontró a sí mismo,
o fue el hambre lo que lo consumió,
el hambre de la fruta alta en la rama,
inalcanzable? ¿Es ese espectro el hombre
aquel que Lapo y Guido conocieron?
Intuyo que formó con su contrario
una imagen como un rostro de piedra
que observa sobre un techo beduino
desde un cerro con puertas y ventanas
o entre grama y boñigas de camello.
Aplicó su cincel a piedra dura.
Guido lo escarneció por su lascivia;
burlado y burlador, se vio obligado
a subir esa escala y comer ácimo,
halló justicia insobornable, halló
la amada más excelsa para un hombre.
Hic. Mas cierto es que hay quienes han hecho su arte,
no de trágicas guerras, vitalistas
impulsivos que corren tras la dicha
y cantan al hallarla.
Ille. No, no cantan.
Quienes aman el mundo en él actúan
y se hacen ricos, célebres e influyen,
y ya pinten o escriban, así actúan:
la lucha de la mosca en la melaza.
El retórico engaña a sus vecinos;
el sentimental a sí mismo, el arte
es sólo una visión de lo real.
¿Qué le depara el mundo a los artistas
que han despertado del común ensueño
sino excesos y desesperación?
Hic. Nadie niega que Keats amó este mundo,
recuerda con qué afán buscó la dicha.
Ille. Su arte sí es feliz, ¿pero y su mente?
Veo a un colegial cuando en él pienso,
pegada la nariz ante la luna
de una confitería,
pues sin duda a su tumba descendió,
los sentidos y el alma insatisfechos,
e hizo —tan pobre, enfermo y sin estudios—,
privado de los lujos terrenales,
el hijo humilde de un caballerizo,
un canto exuberante.
Hic. ¿Por qué dejas
la lámpara encendida junto a un libro
y trazas caracteres en la arena?
El estilo se alcanza con esfuerzo
sedentario, imitando a los maestros.
Ille. Porque busco una imagen, y no un libro.
Aquellos que en sus obras son más sabios
no tienen más que ciegos corazones.
Yo invoco al misterioso ser que aún
habrá de caminar por los bancales,
tan parecido a mí que será un doble,
y será de cuanto es imaginable
lo menos parecido, y mi contrario,
y, de pie ante estos signos, mostrará
todo cuanto busco, susurrándolo
como temiendo que las aves, que alzan
fugaz su algarabía antes del alba,
lo vayan a llevar a los blasfemos.