SOBRE UNA DAMA AGONIZANTE

I
SU GENTILEZA

Con su antigua amabilidad, la antigua y distinguida gracia,

yace, con la hermosa cabeza lastimera entre el pelo rojo sin brillo,

apoyada en almohadones, con colorete en la palidez del rostro.

No quiere que nos entristezca su agonía,

y cuando se cruzan nuestras miradas a sus ojos los ilumina la risa,

nos cuenta una historia pícara para que rivalicemos con ella,

nuestro desconsolado ingenio a la altura del suyo,

pensando en santos o en Petronio Árbitro.

II
CIERTOS ARTISTAS LE TRAEN MUÑECAS Y DIBUJOS

Traed adonde yace nuestra Hermosa

una muñeca recién modelada, un dibujo,

con los rasgos de un amigo

o de un enemigo, o que tal vez muestre

los suyos cuando una trenza

de pelo rojo sin brillo se derramaba

sobre un vestido de seda

cortado al modo turco

o, quizás, como los de un muchacho.

Le hemos dado al mundo nuestra pasión,

para la muerte sólo nos quedan ya juguetes.

III
PONE CONTRA LA PARED LOS ROSTROS DE LAS MUÑECAS

Porque hoy es alguna fiesta religiosa

hacen que un cura diga misa, y hasta las japonesas,

con el tacón alto y de puntillas, deben ponerse contra la pared

—pedante en la pasión, experta en antiguas cortesías,

ingeniosa y vehemente parecía—; la dama veneciana

que se diría se deslizaba a alguna intriga con sus zapatos rojos,

su dominó, su falda de miriñaque copiada de Longhi;

la crítica meditativa; todas están de puntillas,

incluso nuestra Hermosa con sus pantalones turcos.

Porque el cura ha de tener como cada quisque su día

o mantenernos despiertos aullando a la luna, nosotros

y nuestras muñecas que somos más el mundo, cuanto más lejos mejor.

IV
EL FINAL DEL DÍA

Juega como una chiquilla

y la penitencia es el juego,

fantástica y desenfrenada

porque el final del día

le muestra que alguien pronto

vendrá de la casa y dirá

—aunque aún el juego va por la mitad—:

—Entra y deja el juego.

V
SU ESTIRPE

No se ha tornado descortés

como sucede con las naturalezas intolerantes,

ni dicho que sean malos los placeres

que días más felices han creído buenos;

se sabe una mujer,

no una cara roja y blanca,

o un rango, procedente de una

estirpe común indeterminada:

¿cómo podría fallarle el corazón

o la enfermedad quebrar su voluntad

cuando el valor de su difunto hermano

es un ejemplo permanente?

VI
SU VALENTÍA

Cuando su alma vuele al lugar predestinado de la danza

(no tengo lengua sino símbolos, la lengua pagana que creé

entre los sueños de la juventud), que se encuentre cara a cara,

entre aquel asombro primero, con la sombra de Grania,

olvidado todo menos el terror de la fuga por los bosques

que le hizo querido a Diarmuid, y con algún viejo cardenal

caminando con párpados entrecerrados bajo la solana

que había susurrado de Giorgione al expirar su último aliento;

sí, y con Aquiles, y Timor, Babar, Barhaim, todos

los que han vivido dichosos y se han reído de la Muerte en su cara.

VII
SUS AMIGOS LE TRAEN UN ÁRBOL DE NAVIDAD

Disculpa, gran enemiga,

sin un pensamiento de ira

hemos traído nuestro árbol,

y aquí y allá hemos comprado

hasta que todas las ramas estuvieran alegres,

y ella mire desde el lecho

las cosas bonitas

que agradan a una cabeza fantasiosa.

Concédele una pequeña gracia,

¿qué importa si un ojo risueño

te ha mirado a la cara?

A punto está de morir.