Con su antigua amabilidad, la antigua y distinguida gracia,
yace, con la hermosa cabeza lastimera entre el pelo rojo sin brillo,
apoyada en almohadones, con colorete en la palidez del rostro.
No quiere que nos entristezca su agonía,
y cuando se cruzan nuestras miradas a sus ojos los ilumina la risa,
nos cuenta una historia pícara para que rivalicemos con ella,
nuestro desconsolado ingenio a la altura del suyo,
pensando en santos o en Petronio Árbitro.
Traed adonde yace nuestra Hermosa
una muñeca recién modelada, un dibujo,
con los rasgos de un amigo
o de un enemigo, o que tal vez muestre
los suyos cuando una trenza
de pelo rojo sin brillo se derramaba
sobre un vestido de seda
cortado al modo turco
o, quizás, como los de un muchacho.
Le hemos dado al mundo nuestra pasión,
para la muerte sólo nos quedan ya juguetes.
Porque hoy es alguna fiesta religiosa
hacen que un cura diga misa, y hasta las japonesas,
con el tacón alto y de puntillas, deben ponerse contra la pared
—pedante en la pasión, experta en antiguas cortesías,
ingeniosa y vehemente parecía—; la dama veneciana
que se diría se deslizaba a alguna intriga con sus zapatos rojos,
su dominó, su falda de miriñaque copiada de Longhi;
la crítica meditativa; todas están de puntillas,
incluso nuestra Hermosa con sus pantalones turcos.
Porque el cura ha de tener como cada quisque su día
o mantenernos despiertos aullando a la luna, nosotros
y nuestras muñecas que somos más el mundo, cuanto más lejos mejor.
Juega como una chiquilla
y la penitencia es el juego,
fantástica y desenfrenada
porque el final del día
le muestra que alguien pronto
vendrá de la casa y dirá
—aunque aún el juego va por la mitad—:
—Entra y deja el juego.
No se ha tornado descortés
como sucede con las naturalezas intolerantes,
ni dicho que sean malos los placeres
que días más felices han creído buenos;
se sabe una mujer,
no una cara roja y blanca,
o un rango, procedente de una
estirpe común indeterminada:
¿cómo podría fallarle el corazón
o la enfermedad quebrar su voluntad
cuando el valor de su difunto hermano
es un ejemplo permanente?
Cuando su alma vuele al lugar predestinado de la danza
(no tengo lengua sino símbolos, la lengua pagana que creé
entre los sueños de la juventud), que se encuentre cara a cara,
entre aquel asombro primero, con la sombra de Grania,
olvidado todo menos el terror de la fuga por los bosques
que le hizo querido a Diarmuid, y con algún viejo cardenal
caminando con párpados entrecerrados bajo la solana
que había susurrado de Giorgione al expirar su último aliento;
sí, y con Aquiles, y Timor, Babar, Barhaim, todos
los que han vivido dichosos y se han reído de la Muerte en su cara.
Disculpa, gran enemiga,
sin un pensamiento de ira
hemos traído nuestro árbol,
y aquí y allá hemos comprado
hasta que todas las ramas estuvieran alegres,
y ella mire desde el lecho
las cosas bonitas
que agradan a una cabeza fantasiosa.
Concédele una pequeña gracia,
¿qué importa si un ojo risueño
te ha mirado a la cara?
A punto está de morir.