SU FÉNIX

Hay una reina en China, o puede que en España,

y en cumpleaños y fiestas se oyen tales loas

de sus perfectos rasgos y una blancura sin mácula,

que podría ser aquella chica vivaz a la que pisó un ave;

y hay veinte duquesas, superiores a cualquier otra mujer,

o que han encontrado un pintor que las hace en pago

y borra manchas y defectos con la elegancia de su espíritu:

de joven conocí un fénix, que las demás tengan su instante de gloria.

Los muchachos aplauden cada noche los ojos risueños de su Gaby,

y Ruth St. Denis tenía más encanto aunque tuvo menos suerte;

desde mil novecientos nueve o diez, Pavlova ha sido lo más,

y hay una actriz en América que se recoge la capa

y abandona la sala cuando Julieta va a desposarse

con toda la pasión de una mujer y los modos imperiosos de una niña,

y hay… mas no importa si hay docenas también:

de joven conocí un fénix, que las demás tengan su instante de gloria.

Están Margaret y Marjorie y Dorothy y Nan,

una Daphne y una Mary que viven en secreto;

una ha tenido un montón de amantes, otra uno solo,

otra se vanagloria: Yo soy la que elijo, y tengo dos o tres.

Si la cabeza y extremidades tienen belleza y el empeine es alto y ligero,

por mí como si despliegan la vela que les plazca,

ya sean rompecorazones o máquinas de placer:

de joven conocí un fénix, que las demás tengan su instante de gloria.

Habrá ese gentío, ese bárbaro gentío, a través de todos los siglos,

y quién puede decir que no haya una joven belleza que enloquezca a los hombres

que pueda igualar a la mía, aunque lo niegue mi corazón,

pero no igualdad exacta, sencilla como una niña,

y ese mirar orgulloso como si hubiese mirado al sol ardiente,

y todo el cuerpo bien proporcionado sin extraviarse un ápice.

Lamento esa cosa tan solitaria, mas hágase la voluntad de Dios:

de joven conocí un fénix, que las demás tengan su instante de gloria.