Ella es la primera a quien deseo que alaben.
He andado por la casa, de arriba abajo,
como hace quien publica un nuevo libro
o una muchacha engalanada con su vestido nuevo,
y aunque he cambiado de conversación a toda costa
hasta que su alabanza fuera el tema principal,
una mujer habló de un relato que había leído,
un hombre confundido, medio en sueños
como si otro nombre le rondara la cabeza.
Ella es la primera a quien deseo que alaben.
No hablaré más de libros o de la larga guerra,
sino que andaré junto al espino seco hasta que encuentre
a un mendigo que se refugie del viento, y allí
manejaré la charla hasta que aparezca su nombre.
Si hay bastantes andrajos lo conocerá
y de buen grado lo recordará, pues antaño
aunque los jóvenes la alababan y la censuraban los viejos,
entre los pobres viejos y jóvenes a la par la alababan.