—Aunque me acostara envuelto en lino
mucho sudaría y ganaría poco
si viviese como viven los vecinos
—gritó el mendigo, Billy Byrne—,
Estiraré los huesos hasta el alba
en la ruinosa tumba de mi bisabuelo.
En una lápida gris, vieja y ruinosa
en Glendalough junto al torrente,
donde reposan los O’Byrne y los Byrne
estiró sus huesos y cayó en un sueño
en el que sol y luna una hora larga
bramaron y brincaron en la torre circular;
de rey dorado y reina plateada
bramaron arriba y abajo
hasta que los pies dominaron un dulce compás,
la boca dominó un dulce son,
brincando arriba y brincando abajo
hasta que brincaron en lo más alto.
Aquel rey dorado y aquella dama desenfrenada
cantaron hasta que las estrellas empezaron a apagarse;
las manos asieron otras manos, los pies se juntaron,
el cabello se desparramó en el viento que hicieron;
aquella dama y aquel rey dorado
sabían cantar como un par de mirlos.
—Seguro que mi suerte se ha acabado
—dijo aquel vagabundo Billy, carne de presidio—.
Antes de que anochezca robaré una bolsa
y dormiré la mona en un lecho de plumas.
No consigo encontrar la paz del hogar
en la ruinosa tumba de mi abuelo.