Un muñeco en el taller del juguetero
mira la cuna y berrea:
—Eso es un insulto para nosotros.
Pero el muñeco más viejo
que ha visto, conservado como muestra,
generaciones de los suyos,
deja sorda a toda la balda: Aunque
no hay nadie que pueda decir
nada malo de este sitio,
el hombre y la mujer traen
aquí, para nuestra ignominia,
una cosa ruidosa y asquerosa.
Oyéndolo refunfuñar y estirarse,
la mujer del juguetero está segura
de que su marido ha oído al infeliz,
y agachada junto al brazo del sillón
le susurra al oído,
con la cabeza apoyada en el hombro:
—Querido, querido, oh querido,
fue un accidente.