Ahora, como siempre, los veo, imaginándolos
con vivas sayas tiesas, pálidos e insatisfechos,
en un visto y no visto por el azul del cielo,
con sus antiguos rostros cual piedras en la lluvia,
y sus yelmos de plata, uno al lado del otro,
y sus ojos muy fijos, esperando de nuevo
hallar —insatisfechos del turbulento Gólgota—
el misterio indomable sobre el suelo bestial.