Estando en desacuerdo con el gobierno,
cogí una raíz rota para arrojarla
donde iba la orgullosa y díscola ardilla,
para disfrutar con su salto;
y ésta con su sonido quejumbroso
que es como risa, volvió a saltar
y así se fue a otro árbol de un brinco.
Ni voluntad domada, ni tímido cerebro,
ni un ceño fruncido gravemente
crearon el diente fiero y el miembro diestro,
ni la lanzaron a reír sobre la rama;
no la nombró ningún gobierno.