AMIGAS

Ahora debo elogiar a estas tres:

tres mujeres que me han proporcionado

cuanto de dicha haya habido en mis días.

Una porque ningún pensamiento,

ni esos desasosiegos que no pasan,

no, nunca durante estos quince años

en tantas ocasiones turbulentos,

jamás se pudo interponer

entre una mente y otra mente encantada;

y otra porque su mano

tuvo fuerza para desatar

lo que nadie puede comprender,

lo que nadie puede tener y prosperar,

la sutil carga de la juventud,

hasta que tanto me cambió que vivo

esforzándome en el éxtasis.

¿Y qué decir de aquella que cogió

todo hasta que se fue mi juventud

sin tan sólo una mirada de lástima?

¿Cómo podría elogiar a ésta?

Cuando comienza a despuntar el día

considero mis bienes y mis males,

sin conciliar el sueño a causa de ella,

y recordando lo que tuvo,

qué mirada de águila ostenta aún,

de la raíz del corazón

asciende una dulzura tan inmensa

que tiemblo de pies a cabeza.