Un bribón maldiciente y vivaracho,
un fardo de harapos con muleta,
fue a trompicones a ese lugar que bate el viento
llamado Cruachan, y la pierna sana
hacía cuanto podía por mantenerlo
erguido mientras maldecía.
Había contado, donde hacía muchos años
los nueve hijos de Maeve se criaran,
un par de avefrías, una vieja oveja,
y ninguna casa hasta el fin del llano,
cuando cerca de su diestra un montón
de piedras grises y rocosas peñas
le recordaron que podía hacer,
si corría unas cuantas de esas piedras,
un refugio hasta que se hiciera el día.
Pero palpando a tientas los pedruscos,
éstos se desmoronaron: —Si no fuera
porque por suerte tengo una espinilla de madera,
me habría herido —y la caída
puso ante sus ojos, donde estuvieran las piedras,
un oscuro y profundo hoyo en la roca.
Dio un grito de asombro y pensó en huir,
seguro de que no era una buena roca
porque una antigua historia refería
que la Boca del Infierno se abría por allí,
mas se quedó inmóvil, porque dentro
un mozarrón con cara de bebedor de cerveza
se había escondido junto a un cazo
y una cuba de cerveza, y roncaba,
y no tenía aspecto de fantasma.
Así que riéndose de su propio miedo
fue gateando a ese agradable rincón.
—La noche se inquieta cuando se acerca el alba
y yo tengo ligero el sueño, pero ¿quién
se ha hartado de su propia compañía?
¿Cuál de los nueve pendencieros hijos de Maeve
cansado de su tumba me ha despertado?
Mas que se quede en su tumba de una vez
y yo recobre el sueño que he perdido.
—¿Qué me importa a mí si estás despierto o duermes?
Mas no toleraré que nadie me llame a mí fantasma.
—Di lo que te plazca, mas desde que abra el día
yo dormiré otro siglo.
—Y yo hablaré antes de dormir
y beberé antes de hablar.
Y aquel
habría metido la muleta de madera
en la cuba de cerveza del durmiente
si éste no se hubiera levantado.
—Antes de que la mojes en cerveza
que arrastré de la cima de Goban,
me aseguraré de que eres capaz
de apreciarla; ningún idiota cojitranco
va a meter su nariz en mi cazo
sólo porque gatee hasta este agujero
en la hora aciaga antes del alba.
—Por qué, la cerveza es sólo cerveza.
-Mas di:
“Dormiré hasta que se marche el invierno,
o tal vez hasta el Solsticio de Verano,”
y bebe, y dormirás todo ese tiempo.
—Me gustaría dormir hasta que se marche el invierno
o hasta que el sol esté en su momento álgido.
Esta ráfaga me ha helado hasta el tuétano.
—En un principio no tuve mejor plan.
Pensé en esperar esto o aquello;
tal vez hacía un tiempo abominable
o no tenía mujer a la que besar;
así que dormí como medio año;
mas año tras año descubrí que poco
me daba tal placer que me privaría
hasta de media hora de nada,
y cuando al acabar un año descubrí
que no había estado despierto ni un minuto,
elegí esta madriguera subterránea.
Dormiré todo el tiempo que esté en ella:
mi sueño duraría ya nueve siglos
si no fuera por esas mañanas en que oigo
la avefría con sus necios reclamos
y el balar de las ovejas que trae el viento
como cuando yo también hacía necedades.
Lleno de ira, el mendigo comenzó
en cuclillas en el agujero:
—Está claro que no es justo
que te burles de todo lo que quiero
como si no valiera nada.
Yo tendría una vida muy alegre
si soplara un buen viento de Pascua,
y aunque el viento invernal es riguroso
no debería alicaerme demasiado
por nada que hicieras o dijeras
si este viento soplara del sur.
—Gritas: ah, ojalá que fuese primavera,
o que el viento cambiara un punto,
y no sabes que no traerías,
si el tiempo tuviera más ágiles articulaciones,
ni la primavera ni el viento del sur,
sino la hora en la que te llegue la muerte
y no dejes atrás una mecha humeante,
pues toda la vida anhela el Último Día,
y no hay hombre que no levante la oreja
para saber cuándo la trompeta de Miguel
gritará que han de desaparecer carne y hueso,
y las almas como si fueran suspiros,
y no quede nada más que Dios;
mas yo solo, bendito, me mantengo
como un viejo conejo en mi hendidura
y Lo aguardo con un sueño borracho.
Introdujo la muleta en la cuba
y bebió y bostezó y se tumbó.
El otro gritó: —Me robarías
todos los pensamientos agradables de mi vida
y todas las comodidades,
y me arrebatarías esto y lo otro —entonces
le dio una gran paliza, pero
lo mismo podía haber pegado a una piedra
por lo que el durmiente sintió o le importó;
y luego apiló piedra sobre piedra,
y, fatigado, después rezó y maldijo
y volvió a apilar piedra sobre piedra,
y rezó y maldijo y maldijo y huyó
de Maeve y toda aquella artera llanura
y no dio gracias a Dios hasta que arriba
las nubes clarearon con el alba.