—Es hora de dejar el mundo e ir a alguna parte
y recobrar la salud con el aire marino
—un mendigo gritó a otro mendigo, frenético—,
y preparar el alma antes de que me quede calvo.
—Y conseguir una mujer y casa cómodas
para librarme del demonio que tengo en los zapatos,
—un mendigo gritó a otro mendigo, frenético—
y el peor demonio, que está entre mis muslos.
—Y aunque me case con una moza hermosa,
no hace falta que sea hermosa, da igual
—un mendigo gritó a otro mendigo, frenético—,
pero hay un demonio en un espejo.
Ni hace falta que sea muy rica, pues los ricos
se mueven por el dinero como los mendigos por el picor
—un mendigo gritó a otro mendigo, frenético—,
y no pueden hablar con humor y felices.
—Y allí me respetarán, relajado,
y oiré en la paz nocturna del jardín
—un mendigo gritó a otro mendigo, frenético—,
el clamor de las barnaclas que trae el viento.