Tres viejos ermitaños tomaban el aire
junto a un mar frío y desolado.
El primero decía una oración,
el segundo se espulgaba;
en una roca azotada por el viento,
el tercero, aturdido por sus cien años,
cantaba inadvertido como un pájaro.
—Aunque está próxima la Puerta de la Muerte
y lo que aguarda tras de ella,
tres veces en un solo día,
aunque erguido en la roca,
me he dormido cuando debería rezar.
Así el primero, mas el segundo:
—Lo que se nos da nos lo hemos ganado
cuando todos los pensamientos y obras
son tenidos en cuenta, así que está claro
que los fantasmas de los ascetas
que han fracasado por su débil voluntad,
vuelven a pasar por la Puerta del Nacimiento,
y los acosan multitudes, hasta
que tienen la pasión de escapar.
Gimió el otro: —Son arrojados
a encarnar en otra forma espantosa.
Pero el segundo se burló de su gemido:
—No son transformados en nada,
habiendo amado una vez a Dios,
sino tal vez en un poeta o un rey,
o una aguda y encantadora dama.
Espulgándose harapos y cabellos,
y matando lo que hallara,
el tercero, aturdido por sus cien años,
cantaba inadvertido como un pájaro.