LOS TRES MENDIGOS

Aunque con las plumas mojadas,

he estado aquí desde la aurora,

no encontré nada que comer,

sólo hallo porquerías.

¿Voy yo a vivir de pececillos?

—susurró la vieja grulla de Gort.

—¿Por todos mis pesares pececillos?

El Rey Guaire anduvo con los suyos

por el patio de armas y la orilla,

y así les dijo a tres mendigos:

—Vosotros habéis viajado por doquier,

podéis aclarar lo que hay en mi cabeza.

¿Quienes menos desean más obtienen,

o más obtienen quienes más desean?

Respondióle un mendigo: —Obtiene más

a quien no cansan hombres ni demonios,

¿y qué puede tensar sus músculos si no

es que el deseo les hace así tensarse?

Pero Guaire se rió pensando en esto:

—Si eso fuera verdad como parece,

uno de entre vosotros es ya rico,

pues ganará mil libras quien primero

caiga dormido, si es que puede

dormir antes del tercio mediodía.

Y acto seguido, alegre como un pájaro

con sus viejas creencias, el Rey Guaire

dejó el patio de armas y la orilla,

quedando los tres hombres discutiendo.

—Si gano yo, dijo un mendigo,

aunque viejo engatusaré a una moza

hermosa para compartir mi cama.

Dijo el segundo: —Aprenderé un oficio.

El tercero: —Iré raudo a la carrera

entre los otros caballeros,

y todo lo pondré sobre un caballo.

El segundo: Lo he pensado mejor:

pues hay más dignidad en ser granjero.

Y todos suspiraron y gritaron:

los excesivos sueños mendicantes,

que la ociosidad había llevado a ser orgullo,

cantaron por sus dientes todo un día.

Y cuando el segundo anochecer trajo

el frenesí de la luna de los mendigos

ninguno cerró sus ojos inyectados en sangre, mas buscó

evitar que los otros se durmieran;

todos gritaron hasta crecer su ira

y daban vueltas amontonados.

Con golpes y mordiscos esa noche;

con golpes y mordiscos hasta el alba;

con golpes y mordiscos todo el día

lucharon hasta que pasó otra noche,

o si pararon fue sólo un momento:

sentados en cuclillas se atacaban.

Y cuando el viejo Guaire se plantó

delante de ellos a acabar su historia,

mezclaban sus piojos y su sangre.

Es la hora, gritó, y los mendigos

con ojos sanguinosos lo miraron.

Es la hora, gritó, y los mendigos

roncaron desplomados sobre el polvo.

Puede que aún tenga suerte

ahora que callan, dijo la grulla.

Aunque con las plumas mojadas

me he quedado como si fuera de piedra

y he visto las porquerías en derredor,

seguro que en algún lugar hay truchas

y puede que coja una

si hago como que me da lo mismo.