Con rabia por lo lerdo y el oscuro rencor
del tendero Paudeen, me marché dando tumbos
entre piedras y espinos a la luz de la aurora;
hasta que gritó un tordo, y en el viento esplendente
otro tordo le habló; y de pronto pensé
que en la altura remota donde Dios nos observa
no habrá, si se olvida nuestro ruido confuso,
un alma que no tenga una voz pura y nítida.