Ya diste, pero no darás de nuevo
si bastantes peniques de Paudeen
no se juntan con los medios de Biddy
y conforman “algún tipo de prueba”,
antes de que tú sueltes tus guineas,
de que aquello que enorgullecería dar
es lo que la ciudad ciega e ignorante
imagina que la hará más próspera.
¿Qué importó al Duque Ercole, que envió
sus mimos a la plaza del mercado,
qué hicieran o pensaran los tenderos
para que su Plauto marcara la pauta
de todas las comedias italianas?
Y cuando creó Guidobaldo
aquella escuela de modales
donde ingenio y belleza se aprendieron
sobre el ventoso cerro de Urbino,
no despachó corredores por doquier
para conocer el deseo de los pastores.
Y cuando expulsaron a Cosimo,
indiferente a cómo se extendía el rencor,
dedicó las horas que dejaron libres
al postrer plan de Michelozzo
para la Biblioteca de San Marco,
de lo que la turbulenta Italia obtendría
deleite en el Arte, cuyo fin es la paz,
con la lógica y la ley natural
mamando de las ubres de Grecia.
Tu mano abierta muestra nuestra pérdida,
porque él supo mejor cómo vivir.
Que jueguen los Paudeens a la rayuela.
Alza la vista al sol y entrega
lo que el corazón exultante llama bueno
para que un nuevo día pueda engendrar lo mejor
porque tú diste, no lo que querrían,
¡mas las ramas precisas para un nido de águilas!