LA ALDEA FELIZ

Hay muchos recios labriegos

cuyo corazón se partiría

si pudiesen ver la aldea

a la que vamos al galope;

las ramas tienen frutos y flor

en todas las épocas del año;

los ríos corren repletos

de cerveza roja y parda.

Un viejo toca la gaita

en un bosque de oro y plata;

reinas de ojos azules como el hielo

danzan en multitud.

El raposo susurraba:

—¿Qué hay del azote del mundo?

El sol reía con dulzura,

la luna tiraba de mis riendas,

pero el raposo susurraba:

—Oh no tires de sus riendas,

que cabalga hacia la aldea

que es la pesadilla del mundo.

Cuando están tan animados

que pueden llegar a las manos,

descuelgan sus espadones

de ramas de plata y oro;

mas cuantos mueren en la lid

de nuevo despiertan a la vida.

Suerte que su historia

no la conozcan los hombres,

pues, oh, los recios labriegos

dejarían los azadones,

sus corazones serían como una taza

que alguien hubiera apurado.

El raposo susurraba:

—¿Qué hay del azote del mundo?

El sol reía con dulzura,

la luna tiraba de mis riendas,

pero el raposo susurraba:

—Oh no tires de sus riendas,

que cabalga hacia la aldea

que es la pesadilla del mundo.

Miguel descolgará su trompeta

de una rama que está arriba

y dará un pequeño soplido

cuando se haya puesto la cena.

Gabriel vendrá desde el agua

con una cola de pescado, y hablará

de portentos que han sucedido

en las mojadas sendas de los hombres,

y alzará un viejo cuerno

de plata batida, y beberá

hasta quedarse dormido

sobre el borde estrellado.

El raposo susurraba:

—¿Qué hay del azote del mundo?

El sol reía con dulzura,

la luna tiraba de mis riendas,

pero el raposo susurraba:

—Oh, no tires de sus riendas,

que cabalga hacia la aldea

que es la pesadilla del mundo.