He oído a las palomas de los Siete Bosques,
su débil trueno, y a las abejas del jardín
zumbar en las flores del tilo; y he apartado
las inútiles protestas y la amargura antigua
que vacían el corazón. Por un instante he olvidado
a Tara excavada, y a la nueva vulgaridad
en el trono y gritando por las calles
y colgando guirnaldas de un poste a otro
porque es lo único que está feliz.
Contento estoy, pues sé bien que la Calma
camina sonriente y su corazón salvaje come
entre palomas y abejas, mientras el Gran Arquero,
que aguarda el momento de disparar, aún cuelga
una nubosa aljaba sobre Pairc-na-Lee.