LOS BENDITOS

Cumhal gritó, inclinando la cabeza,

hasta que Dathi vino y se quedó,

parpadeando, a la entrada de la cueva,

entre el viento y el bosque.

Y Cumhal dijo, inclinando las rodillas,

—He venido por el camino que bate el viento

para entender la mitad de tu beatitud

y aprender a rezar cuando tú rezas.

Te puedo traer salmón de los arroyos

y garzas de los cielos.

Mas Dathi se cruzó de brazos y sonrió

con los secretos de Dios en los ojos.

Y Cumhal vio, como una humareda,

todo tipo de almas benditas,

mujeres y niños, mozos con libros,

y viejos con báculos y estolas.

—Alaba a Dios y a Su Madre —dijo Dathi—

pues Dios y Su Madre han enviado

a las almas más benditas del mundo

a llenar tu corazón de regocijo.

—¿Y cuál es el más bendito —preguntó Cumhal—

cuando todos son lindos y buenos?

¿Son esos que con incensarios de oro

cantan en torno del bosque?

—Mis ojos parpadean —dijo Dathi—

casi ciegos con los ojos de Dios;

pero puedo ver dónde va el viento

y conocer su camino;

y la beatitud va donde el viento,

y cuando se va morimos;

veo el alma más bendita del mundo

e inclina una cabeza borracha.

La beatitud viene de noche y de día

y adonde el corazón sabio conoce;

y uno ha visto en la rojez del vino

la Rosa Incorruptible,

que soñolienta echa hojas sobre él

y la dulzura del deseo,

mientras el tiempo y el mundo se consumen

en crepúsculos de rocío y de fuego.