O’DRISCOLL conducía con su canto
al pato y al ánsar salvaje
desde los juncos con penachos
del temible Lago de los Ciervos.
Y vio que el juncal se oscurecía
al llegar la nocturna marea,
y soñó con la larga y tenue melena
de Bridget, su prometida.
Oyó mientras cantaba y soñaba
que lejos tocaba un gaitero,
y nunca hubo gaita más triste,
ni gaita más alegre que aquélla.
Y vio a muchachos y muchachas
que bailaban en un llano,
con Bridget, su prometida, entre ellos,
con cara triste y alegre.
Los bailarines lo rodearon
diciendo cosas muy dulces,
y un muchacho le trajo vino tinto
y una muchacha pan blanco.
Mas Bridget lo cogió de la manga
apartándolo del grupo jovial
y lo llevó a unos viejos que jugaban
a las cartas con manos muy ágiles.
Pan y vino resultaron funestos,
pues aquélla era la hueste del aire;
se sentó y jugó soñando
con su larga y tenue melena.
Jugó con los ancianos joviales
sin pensar en mal alguno,
hasta que uno se llevó a Bridget
lejos del baile jovial.
Se la llevó en sus brazos,
el muchacho más apuesto,
y su cuello, su pecho y sus brazos
los inundó la larga y tenue melena.
O’Driscoll desparramó las cartas
y despertó de su sueño:
ancianos y muchachos y muchachas
se habían esfumado del todo.
Mas oyó muy alto en el aire
que un gaitero tocaba,
y nunca hubo gaita más triste
ni gaita más alegre que aquélla.