Mientras yo componía estos versos danánicos,
mi corazón bullía soñando con la época
en que estábamos juntos ante las débiles brasas
y hablábamos, absortos, de esa raza sombría
que reside en las almas de apasionados hombres
lo mismo que murciélagos en los árboles muertos;
y de la caprichosa compaña del crepúsculo
que suspira mezclando desdichas y alegrías,
porque sus dulces sueños jamás se han inclinado
bajo el fruto del viejo árbol del bien y el mal:
y de la violenta hueste asediada en la lucha
que se alza, alas sobre alas, y llamas sobre llamas,
y, como una tormenta, grita el Nombre Inefable
y hace con el chocar de afiladas espadas
un son que destruye, hasta que nazca el día
y el silencio albo apague todo excepto el latido
de sus alas muy luengas y el fulgor de sus pies.