LA DEDICATORIA A UN LIBRO DE RELATOS SELECTOS DE LOS NOVELISTAS IRLANDESES

Había una rama verde con muchas campanillas

cuando su propio pueblo regía en esta trágica Eire;

y su verde rumor una calma feérica,

una bondad de druidas, vertía en los oyentes.

Como por ensalmo el mercader olvidaba su engaño,

y su memoria el granjero del ganado apartaba,

y arrullaba en el sueño a las rugientes filas:

y lodo fue pacífico durante breve tiempo.

¡Ah, exiliados que vagan por tierras y por mares

y siempre planean, traman que algún día

arroje una piedra sobre la ancestral Tristeza!

También yo tengo un tallo de campanillas calmas.

Lo arranqué de los verdes tallos que el viento arrancó y sacudió

hasta que se agotó la savia del verano.

Lo arranqué de los tallos estériles de Eire,

ese país donde un hombre puede estar tan frustrado;

puede estar tan vapuleado, enojado y roto,

que es un hombre sin amor: las alegres campanas traen risas

que sacuden las telarañas de las vigas del techo;

y, aun así, se disfruta más de los repiques tristes.

Tristes o alegres, las campanas te traen recuerdos

de viejos lugares inocentes y casi olvidados:

nosotros y nuestra amargura no hemos dejado huella

en los pastos de Munster y el cielo en Connemara.