En medio del gentío en Drumahair,
de un vestido de seda se prendó,
y por fin conoció cierta ternura
antes de que la tierra lo abrazara.
Alguien echó pescados en un cesto,
y entonces él creyó que estos alzaban
sus pequeñas cabezas plateadas
cantando lo que vierte la dorada
mañana o las lucernas vespertinas
en una isla olvidada por el mundo
donde se da el amor junto a las olas;
que los votos de amor no quiebra el Tiempo
bajo el techo inmutable de las ramas:
el canto le privó de su sosiego.
Anduvo por la arena en Lissadell;
y dio en pensar en sumas de dinero
y todos los cuidados que acarrea,
y por fin conoció prudentes años
antes que lo enterraran bajo el monte;
mas yendo por terrenos cenagosos
con boca gris, sucísima, un gusano
cantó que en un lugar lejos de allí
residía una raza jubilosa
bajo cielos de oro o plateados;
y que si un bailarín se refrenaba,
y a sus ávidos pies, uno diría
que el sol y la luna daban frutos:
y ante ese canto ya no fue prudente.
Caviló junto al pozo de Scanavin;
de los que se burlaban de él, al punto
se fue a vengar con saña legendaria
antes de que la noche lo engullera;
pero una brizna de hierba en la laguna
—cruel sin necesidad— cantó que existe
un sitio en que el silencio más atávico
en su raza elegida impone el júbilo,
no importa que las aguas encrespadas
batan, o que la plata tormentosa
contra el oro del día se levante
y la noche cual capa los envuelva
y el amante esté en paz junto a su amada.
El canto disipó su gran enojo.
Durmió bajo la cumbre en Lugnagall;
podría haber dormido a pierna suelta
bajo la cima fría y vaporosa,
ahora que la tierra lo guardaba,
si el verme que alentaba entre sus huesos
con aflautado grito no dijera
que Dios había puesto sobre el cielo
Sus dedos que derraman el verano
sobre aquel bailarín y el oleaje
que bate en derredor y que no sueña.
¿Por qué aquellos amantes olvidados
habrían de soñar hasta que mueran
y Dios apague el mundo con un beso?
El hombre no halla paz ni en su sepulcro.