LA CONDESA CATHLEEN EN EL PARAÍSO

Han acabado los días de pesadumbre;

dejad el sonrojado orgullo del cuerpo

bajo la hierba y el trébol,

con los pies pegados.

Bañada en los flameantes manantiales del deber

no pedirá un altivo vestido;

llevad toda esa belleza acongojada

al ropero de roble perfumado.

¿Es el beso de la Virgen María

lo que ha puesto esa música en su rostro?

Pero va con pasos cautelosos

llena de la antigua gracia tímida de la tierra.

Entre los pies de siete ángeles,

¡qué bailarina de luz tenue!

Todos los cielos se doblegan al Cielo,

llama a llama y ala a ala.