¡Rosa de Rosas, oh Rosa del Mundo!
El velamen de hilados pensamientos,
que avanza desplegado y que restalla
sobre el mar de las horas, turba el aire;
la campana de Dios flota en el agua;
silente por el miedo, o muy locuaz
de esperanza, una banda se aproxima
con el pelo empapado por la espuma.
Olvidad las batallas no libradas,
les grito mientras pasan a mi lado,
jamás halla refugio del peligro,
ni paz tras de la guerra, aquel que oye
cantar al amor, con su amada siempre,
junto al barrido hogar, en calma sombra;
mas venid junto a mí todos aquellos
a los que amor alguno ha concedido
un silencio tejido, o sólo vino
para dejar un canto por el aire,
y cantando pasó con sus sonrisas
a la pálida aurora; y congregaos
quienes habéis buscado más allá
de lo que hay en la lluvia o el rocío,
o en el sol y la luna, o sobre tierra,
o lo que suspira en la dicha errante
de los astros, o lanza carcajadas
desde los mohínos labios del mar,
y pelead las batallas de Dios
en los largos navíos de grisura.
A tristes, solitarios, insaciables,
dirá la Vieja Noche su misterio;
la campana de Dios a éstos reclama
con el grito ahogado de sus pechos
tristes, que ni vivir ni morir pueden.
¡Rosa de Rosas, oh Rosa del Mundo!
Tú también has venido donde rompen
las mareas oscuras sobre muelles
de tristeza, y has oído repicar
la campana remota que nos llama.
Lo bello entristecido por lo eterno
nuestra te hizo, y de la mar oscura.
Nuestros largos navíos desamarran
el velamen de hilados pensamientos
y aguardan, porque Dios les ha mandado
que compartan un único destino;
y cuando, al fin, vencidos en sus Guerras,
se hayan hundido bajo estrellas blancas
e idénticas, ya entonces no oiremos
el grito débil, no, de nuestros pechos
tristes, que ni vivir ni morir pueden.