LA LUCHA DE CUCHULAIN CON EL MAR

Un hombre se acercó desde el poniente

a Emer, que teñía en su fortín,

y dijo: —Soy el porquero a quien mandaste

guardar la senda entre la mar y el bosque,

mas ahora ya no he de vigilarla.

Entonces arrojó la tela al suelo

Emer, y alzó los brazos entintados,

y los labios abrió con grito súbito.

El porquero la miró a la cara y dijo:

—Nadie vivo, o nadie entre los muertos

ha ganado jamás el mucho oro

que portan sus caballos de batalla.

—Mas si tu señor vuelve victorioso,

¿por qué pestañear entre temblores

desde el pie a la corona en la cabeza?

Entonces él se estremeció, arrojándose

al suelo con la tela, y gritó esto:

—Con él hay una de voz como de pájaro.

—Cómo te atreves —dijo, y golpeó

con un puño teñido, y donde su hijo

pastoreaba fue con pasos torpes

y gritó enfurecida: —No está bien

dejar pasar las horas, como el vulgo.

—Mucho he esperado, madre, esas palabras,

mas ¿por qué hoy?

—Un hombre ha de morir;

tu brazo es el más fuerte bajo el cielo.

—Bajo la luz del día o las estrellas,

mi padre se alza en carros de batalla.

—Tú eres ahora más alto que él.

—Mas en algún lugar bajo los astros,

mi padre se alza.

—Viejo, harto de guerras

a pie, a caballo, en carros de combate…

—Sólo quiero saber cuál es mi senda,

que Aquél que te hizo acerba te hizo sabia.

—La Rama Roja acampa populosa

entre el bosque y los caballos del mar.

Acude allí, y enciende una fogata;

no reveles tu nombre y tu linaje

sino a aquel cuya hoja impere, hasta que den

con otro festejante a quien vincule

el mismo juramento.

Entre estos hombres

Cuchulain se encontraba, y su querida

de hinojos se postró delante de él:

cató el asombro triste de sus ojos,

como un abril sobre los viejos cielos,

y pensó en el esplendor de sus días;

y por doquier las arpas lo alababan,

y, rey de reyes de la Rama Roja,

el mismísimo Conchobar tocaba

con sus dedos las cuerdas de latón.

Por fin habló Cuchulain: —Uno ha hecho

su hoguera en el follaje tenebroso.

Lo he oído cantar en sus paseos

y el sonido melodioso de su arco.

Mirad a ver quién es.

Fue uno y volvió.

—Me ordenó que dijera que tan sólo

él revela su nombre ante la punta

de una espada, y que aguarda hasta que hallemos

aquí uno con el mismo juramento.

Cuchulain gritó: —Sólo yo entre la hueste

tengo ese juramento desde niño.

Después de breve lucha en el follaje,

habló al muchacho: —¿No existe doncella

que te ame, o cuyos blancos brazos ponga

en torno de los tuyos? ¿O es que ansías

la tierra tenebrosa y soñolienta,

y por eso has venido a desafiarme?

—En recinto secreto guarda Dios

la suerte que depara a los humanos.

—Tu cara me recuerda a la de una

que amé un día.

La lucha nuevamente,

mas ahora la cólera guerrera

se despertó en Cuchulain, y la guardia

de la nueva hoja atravesó la vieja

y traspasó la carne del muchacho.

—Habla mientras aún te quede aliento.

—Soy el hijo de Cuchulain el robusto.

—Te ahorraré el dolor. Es cuanto puedo.

En tanto que a la noche daba el día

su fardo, con la frente en las rodillas

permaneció Cuchulain cabizbajo;

Conchobar entonces le mandó

la doncella de voz como de pájaro,

que acarició sus canas, zalamera;

inútiles sus brazos y sus pechos

blancos y suaves. Conchobar entonces,

el más sutil de cuantos hombres hubo,

agrupando a sus druidas por decenas

así dijo: —Cuchulain, melancólico,

tres días allí permanecerá

sumido en un silencio pavoroso,

y luego se alzará, dándonos muerte.

Mas cantadle al oído encantamientos:

que luche con los caballos del mar.

Los druidas se aplicaron a su hechizo

cantando por tres días, y Cuchulain

despertó y vio los caballos del mar,

y escuchando los carros de batalla,

y al grito de su propio nombre, el héroe

luchó con la marea invulnerable.