A LA ROSA QUE ESTÁ SOBRE LA CRUZ DEL TIEMPO

¡Rosa roja, orgulloso Rosa, triste Rosa de mis días!

Acércate mientras canto antiguas tradiciones:

Cuchulain combatiendo con la fiera marea,

el canoso Druida, criado en el bosque, de ojos calmos,

que sumió en sueños a Fergus, y en la ruina,

y tu propia tristeza, de la que las estrellas, envejecidas

de bailar con sandalias de plata sobre el mar,

cantan con su alta y solitaria melodía.

Acércate: que, no cegado ya por el destino humano,

bajo las ramas del amor y el odio hallo

en cuantas cosas necias viven sólo un día,

la belleza eterna, errante en su camino.

¡Acércate, acércate, mas deja

un hueco con que llenar tu aliento!

Para no oír más cosas vulgares que imploran,

la larva que se oculta en su agujero,

el ratón que junto a mí cruza la hierba

y esperanzas mortales que se afanan y pasan;

sino que sólo busque las extrañas cosas dichas

por Dios a los que han muerto ya hace mucho

y aprenda a cantar con una lengua ignota.

Acércate; quiero, antes que mi tiempo acabe,

cantar a la vieja Eire y sus leyendas.

¡Rosa roja, orgullosa Rosa, triste Rosa de mis días!